1. En la primera lectura se recuerda la alegría de Israel al recibir los mandamientos de Dios. Moisés señala su relación con la sabiduría y la inteligencia. De hecho indica que los demás pueblos quedarán admirados por ellos y lo verán como un signo de la cercanía de Dios a Israel. Los mandamientos, por tanto, no son una arbitrariedad. Su cumplimiento supone el bien del hombre. Caminar según la ley también conduce a la tierra prometida.
  2. Puede que me cueste cumplir los mandamientos. Necesito de la gracia. Dios siempre está dispuesto a darme su ayuda. Pero no debo ver los mandamientos como imposiciones arbitrarias, sino que Dios me los da a conocer para mi bien. Se cuenta de la beata Victoria Rasoamanarivo (Madagascar), que cuando llegaron los primeros misioneros católicos a la isla y les enseñaron el catecismo y los mandamientos exclamó: “No lo sabíamos. ¡Qué bien!, no volveremos a pecar!
  3. Jesús en el evangelio señala que no ha venido a abolir la ley sino a llevarla a plenitud. No sólo es que Jesús cumple perfectamente la ley, sino que nos da el don del Espíritu Santo, para que podamos vivir según el amor de Dios. Nuestra plenitud en la ley pasa por nuestra configuración con Jesús, que es quien nos da la gracia necesaria para cumplir la voluntad de Dios.
  4. Por Jesús hemos conocido la grandeza a la que hemos sido llamados. Nuestro horizonte es la santidad. Pero no como una conquista nuestra sino acogiendo el don de su amor y viviendo según su gracia. Se puede hablar de exigencia de la ley moral, puesto que el bien que he de realizar no es arbitrario, pero he de reconocer que sin la ayuda de Dios no podría. Dios nos ofrece su gracia para acoger su enseñanza y para vivir según ella.
  5. Sentir, en este tiempo de Cuaresma, la alegría por conocer los preceptos y sobre todo, el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. También, en esta ocasión, veo en la “última letra o tilde de la ley”, una llamada a ser más delicado y a cuidar el trato con Dios y con los demás.