Al leer las lecturas de este martes de cuaresma, me ha venido a la mente una escena infantil, en la que la Hermana Pilar, nos decía, a los niños de primera comunión que, cuando pecábamos, se clavaba en la frente de Jesús alguna de esas espinas, de aquella dolorosa corona que le pusieron durante la pasión… muchas veces he reflexionado sobre ese episodio de mi infancia, y muchas veces, sentado en mi cuarto, frente a mi conciencia, he pesando que, tal vez, una espina en la frente es poco, algún latigazo, algún mal golpe… sin embargo hace no mucho encontré una meditación del Cardenal Cantalamesa que iba todavía más allá, en una predicación del Viernes Santo de inicios de los ochenta, afirmaba que Cristo murió por mi, por mis pecados.

Os confieso que me pareció horrible leerlo, ¿mis pecados?, ¿tan pecador soy?, hombre añadiéndole un «también» me sentía más confortable. Cristo murió también por mis pecados, así comparto la triste responsabilidad de la condena, así se me hace menos dramático asumir lo que, de tanto ver (al crucificado), he dejado de ver (al crucificado). Lo he dejado de ver, porque prefiero un Dios almibarado, a un Dios que sufre conmigo y que sufre por mí.

Y esa ceguera que tantas veces me embarga, es como la picadura de la serpiente que afligía al pueblo de Israel en el desierto, esa falta de claridad, ese mirar a donde no es, ese no reconocerme en mi pecado… es el fruto del veneno que sólo se curará cuando sea capaz de elevar la vista y vea al crucificado, cuando vea al resucitado. Porque cuando miramos a Cristo en el Calvario, con los ojos de la fe estamos viendo al Cristo de la mañana de la Resurrección, al hortelano de la Magdalena, al compañero de los de Emaus… cuando vemos al crucificado vemos el misterio del amor que sana, que cura, que perdona, nuestras heridas, nuestros pecados…

Cuando miramos al crucificado, espero que no seamos tan necios como los del evangelio de hoy que no entendieron ni una sola palabra de lo que decía el Señor, que pensaron que se iba a suicidar, que no entendieron que en el misterio de la Cruz, se revela verdaderamente el Dios amor que hace nuevas todas cosas.