No existe buen libro sin un buen prólogo, ni existe una buen desenlace en el nudo de una historia sin una buena escena preparatoria. La resurrección de Lázaro es sin duda el prólogo o la introducción a la Pasión según San Juan, y hoy la liturgia nos pone ante las consecuencias de la misma. En el texto se desvelan las dos reacciones fundamentales del ser humano ante el misterio de la Fe: aceptación o persecución.

En un primer momento Juan reconoce que muchos creyeron en Jesús cuando entre sollozos mando volver al mundo de los vivos a su amigo Lázaro después de 3 días de ausencia, después de 3 días de llanto, después de 3 días del más absoluto silencio. Muchos hoy, después de atravesar el desierto del dolor, después de ver la transformación maravillosa que opera la fe en el ser humano, al ver que el amor de Dios puede rescatarnos verdaderamente de la muerte, del pecado, abren su corazón a esa experiencia salvífica.

Pero otros, como los que van con el cuento a los Sumos Sacerdotes, como los mismos Sumos Sacerdotes, reaccionan ante los misterios de la fe con una violencia casi irracional. ¿Por qué? ¿Cómo entender a aquellos hombres, profesionales de lo sagrado, ciegos ante el amor de Dios llamando a sus puertas? No es tan difícil entenderlos puesto que hoy seguimos condenando a Jesús, seguimos reaccionando violentamente a sus propuestas, escondidos tras nuestro progreso, nuestro nuevo ídolo, el progreso: reaccionamos con furia ante los misterios de la Fe, que nos parecen absolutamente inalcanzables.

Nuestra racionalidad soberbia nos impide aceptar el amor gratuito que se derrama en la vida de nuestro Redentor. Nuestra sociedad no escuchará los gritos de Cristo en el Gólgota, anestesiada entre película y película, sentada en la playa o en las terrazas, entretenida entre tambores y cornetas, entre procesión y procesión… descuidara a Aquel, que verdaderamente nos quiere cuidar, con el látigo de la indiferencia, con la frialdad de la razón, con la mirada crítica que aquellos Sacerdotes les llevó a decidir que Jesús debía morir, por incorregible, por revolucionario, por inocente… y nuestra sociedad le seguirá crucificando pero no el Gólgota, sino en el monte de la comodidad, sacrificado en el altar del confort, porque después de dos mil años Jesús sigue siendo incorregible. Gracias a DIos.