De nuevo nos encontramos ante el vértigo de la celebraciones de la Semana Santa que comienza con este Domingo de Pasión, Domingo de Ramos, en el que debería acelerarse nuestro corazón, secarse nuestra boca, y contener la respiración ante el misterio para poder escuchar atentamente el grito desde la eternidad de Dios nuestro Padre en su Hijo entregado, es tan fácil distraerse que casi me da miedo perderme este Misterio del que depende totalmente mi pasado, mi presente, mi futuro.

En este Domingo de Pasión, me gusta especialmente fijarme en los personajes secundarios de este drama, imprescindibles, inconscientes colaboradores del gran misterio de la Salvación, casi protagonistas, seguramente involuntarios, de la Historia de la Redención. Con ellos puede verme recorriendo las calles de Jerusalén, mascando el polvo de los caminos de Judea…

Siempre me gusta recordar a Juan Marcos que salió corriendo desnudo del Huerto, así vivimos nosotros, desprovistos de cualquier pudor, cuando huimos del Maestro, quedando en una indigencia rayana con el ridículo, cuando aterrados por el camino que Dios nos propone recorrer rumbo al Calvario solo queremos escapar. O, porqué no, verme gritando en medio de aquella turba que cambió el Hosanna por el Crucifícalo, en tan solo cinco días. O los miembros del sanedrín que con su silencio complice aceptaros testigos falsos, cubrieron las mentiras, se justificaron… o aquellos violentos soldados que sin grandes alardes hicieron eficientemente su trabajo, sin reconocerle, sin saber quien era… o aquellas mujeres de Jerusalén que simplemente lloraban…

A veces me gustaría colarme en la cabeza de Judas, en esas horas previas a la traición, cuando le pesaran las monedas de plata en la bolsa… O en la mente de Pilato cuando comenzase todo el lío, casi puedo oírle suspirar ante un conflicto más, sin pasión, casi con aburrimiento… o en la mente de Juan donde quedaron grabados a fuego los más pequeños e insignificantes detalles.

Me gustaría colarme en las noches en blanco que supuso el Viernes Santo cuando el silencio rasgase su alba, sus bocas secas embriagadas de recuerdos que parecían una gran mentira… o en las mañanas de tristeza y desánimo ante la pérdida y el fracaso, resacosos de lágrimas, con los corazones extenuados…

Ver como caen las gotas de sangre de tus sienes, tus ojos doloridos, tus labios ajados…y callar, casi quitar la vista ante el dolor, que los signos de tu Pasión se graben a fuego en mi corazón, como se quedó tu rostro en paño de verónica, contemplar, simplemente contemplarte Señor y poder escuchar tu voz, aquella voz que dulce embelesaba junto al lago, que atronó en el templo, que se desgarró en la cruz, tu voz que me llama y me salva. Amén