Hace un tiempo, justo antes de todo este lío de la pandemia, organizamos en la parroquia una actividad con adolescentes en verano. Puse de coordinador a un joven, que debía encargarse de la buena marcha de todas las actividades, que los otros monitores trabaje, se cumpliesen los horarios, etc. etc. Un papel nada fácil, pues te quedabas como en ion pino distinto del resto de los monitoras y sobre todo de los chavales. La tercera noche, una vez terminadas todas actividades y cuando los chavales ya iban a dormir dimos una vuelta apara hablar. Me miró muy serio y me dijo: “¡Ahora entiendo la soledad del párroco!” A mi me entró la risa y se lo recuerdo de vez en cuando. Lo hizo muy bien y la actividad fue un éxito. 

«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy, vosotros no podéis ir”».

Comienza la soledad de Jesús. Más tarde será una soledad también física en la cárcel y en el Gólgota, pero ahora comienza una soledad espiritual. La incomprensión que se hace traición en Judas. La incomprensión de Pedro, que no sea dónde va ni que tiene que hacer. La incomprensión de los discípulos que simplemente estaban de fiesta y se dejarán vencer por el sueño. Tal vez alguna intuición de Juan que se recuesta en el pecho del Señor tal vez presintiendo que algo iba a ocurrir. pero Jesús solo, excepto un corazón que latía al unísono del suyo y algunas miradas que reflejaban el temor de que ya había llegado la hora que predijo el anciano Simeón.

«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».

Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza.

Sólo Dios Padre es la fuerza de Jesús en estos momentos. Yo quiero Señor empezar a comprender tu soledad. Esa soledad que aumenta con mis pecados, con mis olvidos, con mis distracciones, con mi indiferencia hacia ti. Esa soledad que no entiendo que se debe a que cargas con mis heridas y tus heridas nos curarán. Esa soledad que parece que en viento y en nada se queda tu pasión, pues no dejo que mi corazón se una al tuyo, te dejo fuera de mi vida tantas veces e incluso te vendo por un puñado de pequeñas cosas.

Quiero empezar a entender to soledad para no dejarte nunca, para que Dios sea mii fuerza para llegar hasta el Calvario, para que mi boca pueda decir con la del centurión: Realmente este es el Hijo de Dios. 

Ayúdame Señor a entenderte y amarte. A nunca dejarte. María, Madre mía, es tu corazón el que late, padece, siente y sufre como el de tu Hijo. Son tus miradas las que comparten esa soledad llega de gente. Enséñame a no separarme jamás de tu Hijo.