Hoy no hay lecturas que comentar, no escucharemos la buena noticia, no recibiremos el Cuerpo del Señor. Hoy es el día del silencio. Silencio tenso, expectante, en espera…, pero silencio.

Puede ser un silencio como el de Judas, cuyo silencio es la nada.

Puede ser un silencio como el de Caifás, que contempla su “victoria” pero tiene miedo de que se la arrebaten.

Puede ser un silencio como el de Pilatos, que aún no comprende muy bien qué ha pasado.

Puede ser un silencio como el de Herodes, más fruto de la resaca que de la reflexión.

Puede ser un silencio como el de Pedro, sólo roto por los sollozos de su debilidad.

Puede ser un silencio como el de Cleofás, que ya no espera nada y hace las maletas para volver a su antigua vida.

Puede ser un silencio como de María Magdalena, que calla pero no olvida y prepara los ungüentos para ungir el cuerpo del Señor.

Puede ser el silencio de las almas de los patriarcas, los profetas, de toda la humanidad que contempla la entrada de Jesucristo, que va comprendiendo los planes salvadores de Dios y guarda silencio para escuchar la Palabra de Cristo sobre su vida.

Puede ser un silencio como el de Juan, que mira a María y calla.

Puede ser un silencio como el de María, que espera, que sabe, que volverá a escuchar ese “No temas” Yo he vencido al mundo. Ese silencio que confía, aguarda y vela. Ese silencio lleno de oración que sana con esperanza la herida que dejó la espada que traspasó su alma. Ella sabe que el que no comprende cómo apareció en su seno volverá a aparecerse y con la muerte muerta triunfará la vida.

Yo hoy quisiera para mi el silencio de Juan, y aprenderlo todo de María.