Cuando las autoridades prohiben a los discípulos predicar y enseñar en el nombre de Jesús (la censura y la persecución no son cosas de anteayer) ellos argumentan que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y que no pueden menos de contar lo que han visto y oído. Cada vez que el Señor se aparece a un discípulo éste lo primero que hace es ir corriendo a anunciarlo y cuando Jesús se aparece por última vez deja muy claro lo que quiere que hagan éstos.

Predicar y enseñar es un mandato nada menos que divino. «Id al mundo entero y proclamad el evangelio». ¿Cuanto de mi vida dedico a la predicación?, ¿qué parte de mi vida está entregada a la enseñanza?, ¿no habré reducido mi vida cristiana a pequeños momentos de devoción en medio de una existencia profana?. En otras épocas digamos que la Iglesia tenía sus cuadros especializados en la evangelización, pero desde luego ésta época en que vivimos se parece más a la de los primeros tiempos. Los cristianos vivimos como levadura en medio de un mundo alejado de Dios.

Si has visto a Cristo resucitado corre a anunciarlo, si no los has visto júntate con quienes lo hayan visto para verlo tú también, y luego corre a anunciarlo.