Comentario Pastoral


RECONOCER AL RESUCITADO

Prosigue el gozo de la Pascua. «La tierra entera aclama al Señor, la Iglesia canta himnos a su gloria, el pueblo fiel exulta al verse renovado en el espíritu y al haber recobrado la adopción filial». La figura central de las tres lecturas bíblicas de este domingo es Cristo resucitado, que se aparece a los apóstoles, mientras están pescando, y dispone la comida en la playa a su regreso. Es un Evangelio rico en matices, de significados y reacciones.

A la indicación de Simón Pedro, el pescador fuerte, los apóstoles van a pescar quizás por necesidad, o por desahogo de instinto profesional o por querencia y reclamo del mar. Ellos, en otro tiempo tan expertos, se pasan toda la noche sin coger nada; ni un solo pez compensa su vigilia y agotamiento. Y al amanecer, la voz de un desconocido les llega desde la playa indicándoles que echen la red a la derecha. ¡Pero si se han pasado toda la noche echándola por todas partes! ¿Son palabras de ayuda o de burla? Y sin embargo, echan la red a la derecha. ¡Cuántas noches y días de esfuerzo vano y de trabajo estéril pasamos todos! Si sabemos llegar vigilantes al alba y escuchamos la voz amiga y obedecemos sus indicaciones, lograremos también una pesca abundante.

Me impresiona fuertemente la docilidad de los apóstoles, avezados y curtidos pescadores, que dejando a un lado su experiencia profesional siguen limpiamente la indicación que les hace el desconocido de la playa. Es una lección permanente para saber recibir y obedecer la Palabra nueva del Resucitado, no obrar solamente guiados por nuestro propio saber.

Al ver el milagro reconocen al Señor. Pedro, con tantos esfuerzos para sacar la red, no se había dado cuenta de quién le hablaba. Es necesario que su amigo Juan le indique: “es el Señor”, y entonces va el primero a su encuentro, ya que no ha sido el primero en identificarlo. A nosotros nos puede pasar lo mismo ante los afanes de este mundo y los esfuerzos por lo inmediato. No descubrimos al Señor presente, a Cristo resucitado, al Hijo de Dios que está a nuestro lado. A Dios lo pensamos y figuramos demasiado lejano, demasiado celeste; y sin embargo, está a la orilla de cada empresa o trabajo, para darnos su pan, el alimento de la eternidad, y examinarnos del amor.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 5, 27b-32. 40b-41 Sal 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y l2a y 13b
Apocalipsis 5, 11-14 San Juan 21, 1-14

 

 de la Palabra a la Vida

La celebración de este tercer domingo de Pascua busca hacernos sintonizar con los discípulos del Señor incluso en lo que no puede ser. La experiencia de testigos que los discípulos vivieron no es comparable a la nuestra, confiada en su palabra y encuentro con el Señor, por eso busca nuestra fe como ellos la necesitaron del Señor.

Este tercer domingo de Pascua, llamado desde antiguo «de las apariciones», ciertamente lleno de matices, nos permite explorar cómo los apóstoles viven aún entre el pasado y el futuro, entre lo de antes y lo nuevo, buscando situarse, aprender, continuar. La paciencia y comprensión del Maestro pueden ser dos buenas actitudes para contemplar el proceso de los suyos, convencido pero aún sin asumir del todo la novedad pascual. En Pedro, que, seguramente, ya había sido martirizado mucho antes que cuando es escrito este pasaje, se dibuja muy bien el camino que aquellos discípulos tuvieron que hacer.

El que, en domingos anteriores ha aparecido como testigo (él mismo se atribuye esa cualidad en la primera lectura: «testigo de esto somos nosotros», y con esa cualidad permanecerá hasta su martirio), hoy es convertido por Cristo en Pastor.

El evangelio comienza con el relato de la pesca milagrosa, pesca de tonalidad claramente eucarística, pues Jesús da de comer pan y pescado, como en aquella multiplicación de los panes de Jn 6. Él mismo es el pan vivo, ya partido en su entrega pascual, y él mismo es el pez (así se lee su nombre en griego). También, por tanto, este pasaje dirige nuestra mirada hacia el final de los
tiempos, cuando Cristo nos haga sentar para darnos de comer Él mismo: la Pascua ha dado comienzo a la Parusía, y la Iglesia, representada por los apóstoles, contempla con expectación la visión del vencedor.

Esa intimidad de la comida pascual da paso a la profesión de amor de Pedro que, consciente ahora de su debilidad tras las negaciones, no puede prometer amar, sino querer. No es obstáculo esto para el Señor, que le advierte, en el momento culminante del diálogo, acerca del momento culminante de su existencia, su muerte por el nombre de Cristo, signo del amor que ahora promete. Así, el que ha comenzado el pasaje evangélico ciñéndose la túnica para echarse al agua, concluye el mismo advertido de que, al final, será ceñido y llevado donde no quiera. Para poder hacer así, necesitará un amor mayor que los demás.

La Pascua recuerda a la Iglesia el amor sin fisuras de Cristo por nosotros. En su diálogo con Pedro no hay reproche, hay una firmeza y una fidelidad que no permiten dudar ni echarse atrás: no es una elección casual ni desesperada, sino confiada y llena de amor. En esa elección podemos
nosotros también respirar seguros. El primado de Pedro descansa sobre la elección y cuidado del
que es nuestro único Pastor, Cristo.

La Iglesia, fruto de la Pascua, recibe la piedra sobre la que se edifica, una piedra que conoce y se apoya en el misterio pascual de Cristo. ¿Cuál es el lugar de Pedro y sus sucesores en la celebración de la Iglesia? Su nombre cada domingo en el seno de la Plegaria Eucarística no es aleatorio, no es por educación, simboliza la comunión de la Iglesia y con la Iglesia, y por tanto con Cristo, su cabeza.

En aquel paseo a orillas del lago, Cristo estaba poniendo los fundamentos de nuestra comunión
con Él. Aquella noche junto al lago, la Pascua seguía extendiendo su imparable fuerza hasta los
confines del tiempo y el espacio, hasta alcanzar la alabanza del Apocalipsis, única digna para el
Cordero degollado y Pastor eterno.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios» (San Juan Damasceno, De sacris imaginibus oratio 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.


(Catecismo de la Iglesia Católica, 1162)

Para la Semana

 

Lunes 2:
San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria.

Hch 6, 8-15. No lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.

Sal 118. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor.

Jn 6, 22-29. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para
la vida eterna.
Martes 3:
Santos Felipe y Santiago, apóstoles. Fiesta.

1Co 15,1-8. El Señor se apareció a Santiago; después, a todos los Apóstoles.

Sal 18.A toda la tierra alcanza su pregón.

Jn 14,6-14. Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces?
Miércoles 4:
San José María Rubio, presbítero.Memoria.

Hch 8,1b-8. Al ir de un lugar para otro, iban difundiendo el Evangelio.

Sal 65. Aclamad al Señor, tierra entera.

Jn 6,35-40. Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna.
Jueves 5:

Hch 8, 26-40. Siguió su viaje lleno de alegría.

Sal 65. Aclamad al Señor, tierra entera.

Jn 6, 44-51. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
Viernes 6:

Hch 9, 1-20. Es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a los pueblos.

Sal 116. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Jn 6, 52-59. Mi Carne es verdadera comida, y mi
Sangre es verdadera bebida.
Sábado 7:

Hch 9, 31-42. La Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo.

Sal 115. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

Jn 6, 60-69. ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.