Jesús ha querido compartir con sus discípulos no solo la cosecha de su trabajo sino su misma y preciada labor. Por eso en toda ocasión les invita a participar de sus trabajos.

El episodio que escuchamos y proclamamos hoy en el evangelio es continuación del del día anterior que nos narra la jornada en la que Jesús se compadeció de las gentes que habían acudido en masa para escuchar su predicación y encontrar la curación que necesitaban.

Pidió a sus discípulos que compraran alimento para aquella muchedumbre porque estaban en lugar despoblado y podrían desfallecer por el camino, entonces gracias a los cinco panes y los dos peces de un muchacho, Jesús sacia el hambre de aquella multitud. Fue tal su éxito, que todo el mundo quería proclamarlo como rey y él se fue a la montaña solo, para entablar su codiciado diálogo con el Padre.

En ese contexto se sitúa el evangelio de hoy; Jesús manda a los apóstoles ir a la otra orilla y ellos van en la barca solos, se puede decir que Jesús les ha dejado sin poder seguir disfrutando de su momento de gloria. Es como si no hubiera permitido que se les subiera el éxito a la cabeza, al contrario, les manda a la otra orilla y en tal singladura, a mitad de la travesía, los discípulos experimentaron un viento fuerte y como se encrespaba la superficie del lago.

A lo mejor no fue solamente una resistencia de la naturaleza, sino que también ésta era expresión de sus propias resistencias. ¿Quién no ha sentido que su barca está amenazada y parece hundirse? ¿Quién no ha sentido la resistencia de las propias miedos y complejos o la fuerza contraria de las circunstancias que parecen complicarlo todo hasta suponer una auténtica amenaza de fracaso? Es en ese momento cuando Jesús aparece acercándose a ellos, caminando sobre las aguas. Es una imagen que anticipa la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, la victoria de la Pascua; es una imagen que nos llena de consuelo y fortaleza cuando vemos que Jesús no solamente manifiesta su autoridad y su poder, sino que se presenta y se identifica, “soy yo”, para añadir las palabras que tantas veces necesitamos escuchar, “no temáis”.

En medio de las dificultades de la vida, en medio de las pruebas diversas qué padecemos en la misión, en medio de las amenazas y los peligros que nos asaltan; qué grande es poder escuchar esta voz firme y clara que nos recuerda su victoria: “soy yo, no temáis”.