Se llama Julie, y a pesar de ser muy joven lleva toda la vida acompañando a los enfermos en la unidad de paliativos. Les ha oído quejarse, gritar, llamar a los suyos, decir que no ya podían más, rezar. La prensa internacional ha recogido los cinco arrepentimientos comunes que los pacientes confiesan antes de morir, según el propio testimonio de la enfermera Julie: el cuidado de la salud, el tiempo dedicado al trabajo, el tiempo dedicado a la familia, no apreciar las pequeñas cosas y saber querer bien. Es como si a la hora de morir hiciéramos recuento de lo que fue, y nos quedáramos insatisfechos. Hay mucha verdad en todo esto, no salen las cosas como queremos, podíamos haber quedado más tiempo con los amigos del alma, los asuntos serios con mi marido se encallan siempre en el mismo punto en el que ninguno de los dos da su brazo a torcer, el trabajo está siempre en la cabeza y nos pone en distracción, etc.

Esta noche he dado la unción de enfermos a un hombre maduro que está para morirse, me llamó una enfermera con el tono de voz propio de las personas sensibles y subí mediatamente a verlo. Mientras rezaba a su lado muy despacio, me miraba desde su media conciencia, ése tipo de mirada de quienes se despiden del mundo y ya no saben nada de lo que aquí sucede. A pesar de que yo quería llamar su atención con las referencias de su nombre y el de su hermana, que estaba por allí, no estaba en disposición de atender. Y es que es verdad, hacemos en este mundo las pequeñas cosas que se dejan hacer. El escritor Milan Kundera denominaba el planeta Tierra el planeta de la inexperiencia, y se preguntaba, ¿acaso el ser humano puede alcanzar un estado de madurez mientras vive?

El ser humano vive con hambre, cada uno de nosotros somos un vagabundo sin hogar, nos han dejado unas prendas de segunda mano y vamos buscando acomodo de portal en portal, y vamos por ahí comiendo las sobras de los demás. Vamos con hambre de ubicación y de destino. Y las cosas de las que nos alimentamos no terminan de saciarnos. Y entonces aparece el Evangelio de hoy, “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día”. Es como si a todo lo que está helado se le hubiera acercado de repente una fuente de calor. No nos van a salvar nuestras acciones y decisiones, sino saber para quién vivimos.

Y entonces ya podemos morirnos en paz, y le diremos a Julie, la enfermera de paliativos, que aunque no hayamos hecho todo lo que pretendíamos, siempre hemos tenido cerca a la persona que más nos ha querido, un Dios eterno que si me ve en el mismísimo corazón del dolor no me tiende un pañuelo para consolarme, sino que se pone a mi lado en la galera y rema conmigo.