Siempre me ha entusiasmado la elección precisa de una imagen para definir una realidad. Por ejemplo, santa Teresa habla del alma como de la crisálida donde el gusano se convierte en mariposa. Kafka escogió el negativo de la santa, el hombre transformado en cucaracha como signo del ser humano perdido en las tragedias del siglo XX, un insecto del que hasta sus familiares quieren deshacerse. También la santa de Ávila escogió la imagen del castillo como símbolo del alma humana, ese lugar secreto en el que se llega a producir el encuentro entre lo divino y lo humano. Es curioso que también Kafka usara la imagen del castillo en su novela homónima, pero en su caso para hablar de un edificio situado en un lugar remoto del que proviene todo el sistema de normas y reglas del pueblo, pero está tan lejos e inalcanzable que no existe comunicación.

Hoy el Señor dice de sí mismo que es el verdadero pastor y además un pastor bueno. El mejor pastor es quien conoce su oficio, el que sabe lo que necesitan sus ovejas y les da lo mejor para que puedan criarse entre la abundancia y la serenidad. Pero Cristo se define también como pastor bueno. No sólo es el mejor criador de ganado, es el padre de cada una de las ovejas, conoce sus peculiaridades. Es muy impresionante que a los seres humanos el Señor nos disfrace de animales para hablar de su amor por nosotros. Nadie entiende mejor el amor por los animales que quien se ha criado entre perros y gatos. El amo podría pasarse horas hablando del carácter particularísimo de su perro, que tiene una mirada lánguida cuando no se le hace caso y pide la comida con la pata.

Hay mucha ternura en la relación entre el hombre y el animal, no hay nada más inocente y más a nuestra merced que un pato o un gato, parece como que en nuestro interior se despierta una ligera conmoción que produce síntomas de ponernos a cuidar y mimar. De ahí la ternura del buen pastor con la oveja perdida, que se la pone sobre los hombros para que no se pierda. O la imagen de la puerta abierta en el lugar de los pastos, por donde las ovejas van y vienen y hacen lo que les place, porque el rebaño no es redil de esclavos sino comunidad de libres.

Sólo el Señor nos pide una cosa, identificar la voz del pastor. Y para ello nos puede servir de ayuda la figura de Carlos de Foucauld, que será canonizado en la Plaza de San Pedro el próximo domingo. El nuevo santo decía que para oír a Dios sólo valen la oración y el ayuno, sin ambas siempre habrá demasiado ruido y demasiada avidez en el corazón del hombre. Y sin el cultivo de una sensibilidad especial para oír al Maestro nos perderemos.