“En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas”. Sólo Cristo es la puerta para entrar en el redil donde encontrar pastos, vida en abundancia. Jesús es el “Buen Pastor” que va delante de nosotros y nos habla al corazón y no terminamos de enterarnos. El Papa Francisco no recordaba cómo “a veces racionalizamos demasiado la fe y corremos el riesgo de perder la percepción del timbre de esa voz, de la voz de Jesús buen pastor, que estimula y fascina. Como sucedió a los dos discípulos de Emaús, que ardía su corazón mientras el Resucitado hablaba a lo largo del camino (Regina cáelo, 7-V-2017). Cristo nos llama a cada uno por nuestro nombre, y nos habla al corazón. Hemos de aprender cada día a reconocer esa voz, rechazar a “los extraños”, y dejarme guiar por ella, permitiendo que nos transforme. Conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a él, como el Padre lo conoce y él conoce al Padre (cf. Jn 10, 14-15). No se trata de mero conocimiento intelectual, sino de una relación personal profunda; un conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado; de quien es fiel y de quien sabe que, a su vez, puede fiarse (Cf. Benedicto XVI, Ordenación 29-4-07).

“Yo soy el buen pastor”. “Yo doy mi vida por las ovejas”, dice Jesús de sí mismo. Es la entrega de su vida lo que nos salva. No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. Él nos gana por la paciencia, la paciencia de Dios es nuestra salvación (2 Pe 3, 15) Como nos decía Benedicto XVI en el inicio de su pontificado, “¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres. Aprender el oficio de pastor, y en la Iglesia todos somos oveja y pastor, requiere sobre todo de paciencia, de dar la vida.

Le pedimos a la Madre del Buen Pastor, que reconozcamos su voz que quiere conducirnos al cielo.