Jesús es sistemáticamente rechazo por una parte de su pueblo, precisamente por aquella que debería conocer mejor la Escrituras y descubrir en Jesús al Mesías prometido: “Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. Jesús les remite a las obras que realiza: los sordos oyen, los cojos andan, los muertos resucitan… “Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí”. Y también les da el motivo de su cerrazón: “Vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas”. Porque si fueran de sus ovejas, no endurecerían su corazón y “escucharían su voz”.

Nosotros corremos el riesgo de no reconocer su voz y no descubrir los milagros que obra en nosotros. Nos puede suceder como a aquellos hombres. Necesitamos hacer memoria para recordar la gracia recibida, las maravillas de Dios que hemos visto ¡y que ha hecho con nosotros y a través de nosotros! Hacer memoria de los actos salvíficos de Dios ¡Cuántas intervenciones – también extraordinarias – podríamos recordar cada uno! Nos ha salvado y nos salvará. La resurrección nos da una mirada que hace comprender con luces nuevas lo que nos ha pasado y nos da una poderosa razón para esperar en lo que haya de venir. El Papa Francisco nos aconsejaba en una homilía: “Acuérdate de Jesús; me acompañó hasta ahora y me acompañará hasta el momento en el que deba comparecer ante él glorioso” (Homilía, 7-III-2019).

Recordar y abrir los oídos del corazón y dejarle que nos hable. Nos decía Benedicto XVI en su primera Jornada Mundial de la Juventud como Papa: “Quisiera decir a todos insistentemente: abrid vuestro corazón a Dios, dejad sorprenderos por Cristo. Dadle el «derecho a hablaros» durante estos días. Abrid las puertas de vuestra libertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que Él ilumine con su luz vuestra mente y acaricie con su gracia vuestro corazón (Colonia, 18-VIII-2005) ¡Dejemos que acaricie con su gracia nuestro corazón y nos llenaremos de esperanza, de la seguridad de ser el nuestro Pastor y nosotros ovejas de su rebaño! Él nos promete nadie nos arrebatará de su mano. Nos ha garantizado su protección. Nuestra confianza no está en nuestras sino en el poder de Dios: “lo que mi Padre me ha dado, es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre”. Nuestra vida está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: “Yo y el Padre somos uno”.

Madre nuestra, ayúdanos a saber guardar en nuestro corazón las palabras y la vida de tu Hijo, Buen Pastor, y sabernos en sus manos en cada instante de nuestra vida.