San Pedro, tomando la iniciativa dentro del colegio apostólico, pone en evidencia la necesidad de que “uno de los que nos acompañaron todo el tiempo en el que convivió con nosotros el Señor Jesús” sea asociado a ellos como testigo de la resurrección de Jesús. Proponen dos nombres José Matías. “Y rezando dijeron: “Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cuál de los dos has elegido para que ocupe el puesto de este ministerio”. Y tras la oración hacen lo que se les ocurre: echar a suertes quién es el elegido. Sorprende la confianza en la providencia de Dios que dispone todas las cosas. Hacen lo que saben y pueden y después se dejan en sus manos.

Dios se sirve de las cosas creadas, incluso de las decisiones libres de los hombres para que se realice su designio. “Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28). “Muchas veces, leyendo los ‘Evangelios de la infancia´, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero ‘milagro’ con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre” (Papa Francisco“Patris Corde” n 5).

Esto supone una gran lección para aprender a vivir abandonados. Cuántas veces podremos descubrir en nuestra vida que Dios nos va llevando de la mano, sin que sepamos exactamente a donde nos conduce y sólo pasado el tiempo nos damos cuenta. Es como un papá que juega con su hijo pequeño y le dice: pon esta pieza aquí, y esta otra allá… y, al final, sale un castillo maravilloso. Y el niño, que no sabía bien lo que estaba haciendo, da un abrazo de alegría y de sorpresa a su padre. Es lo que sucede siempre en la vida de cada persona que se deja llevar por la mano de Dios. Entonces podremos vivir con serenidad y alegría cada acontecimiento de nuestra vida, con una alegría contagiosa. Seremos capaces de amar por encima de cualquier dificultad, de nuestras limitaciones. Podremos permanecer en su amor y su alegría estará en nosotros y la llevará a plenitud. El amor es fuente de alegría y cuando dejamos de mirar amorosamente a los demás la tristeza empieza a apoderarse de uno. El Papa Francisco nos recuerda en “Evangelii gaudium”, cómo “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”.

Que como María dejemos nuestra vida en las manos de Dios y, dejándonos contagiar de su amor, la alegría llegue en nosotros a plenitud un día.