Seguimos necesitados de la paz de Cristo. En este mísero mundo parece que es nuestro sino… No: no hay paz. Ni de coña. En Ucrania es más que evidente; y donde es menos evidente, no son pocos los tambores de guerra. Por muchas palomas que recortemos para enseñar a los niños a vivir en paz, el resultado seguirá siendo el mismo: la paz que generamos los humanos rápidamente torna en cuervo.

Incluso en nuestro entorno, raro es el día en que alguien no falla: por cansancio, por ignorancia, por negligencia, por debilidad o simplemente porque no somos perfectos. Alguien mete la pata y se lía parda en casa. Quien dice «casa» dice también «parroquia», por ejemplo.

Y si fuera poco lo de fuera, resulta que la guerra la llevamos dentro: el divorcio de nuestros pecados se torna imposible porque otra vez nos vuelven a enamorar; los defectos de cuerpo y alma que nos acompañan desde siempre lastran nuestro crecimiento y dañan nuestra autoestima; los sueños y expectativas… nunca dejan de serlo; los fantasmas de la historia pasada que nunca me abandonan; el hecho de querer resolver o salvar todo lo anterior… y no poder…

Es mucha la tensión interna y externa que hemos de manejar y aprender a gestionar con una cualidad propia de gente experimentada: la sabiduría. Pareciera que el único modo de descansar en paz sea morirse. Y así reza la expresión menos alegórica que conozco: «En paz descanse». Porque ¡vaya guerra la de estar vivo!

Añado un elemento más. Si esta guerra es lo que vive cada uno, ¿¡cómo estará Dios, que lo ve todo a la vez!? En realidad, Él no está atacado, ni va al psiquiatra, ni necesita técnicas de relajación. Él sólo se encarga de redimirnos. El resto de cosas, las conseguimos por nosotros mismos.

Necesitamos la paz de la redención de Dios. Eso no lo conseguimos nosotros: nos es dada como don de lo alto. Para no desesperar, todos los días la Iglesia no repite las palabras alentadoras del Maestro justo antes de recibir la comunión: «La paz os dejo, mi paz os doy». La suya, no la nuestra (tantas veces córvida).

Proclama la gloria del reinado de Cristo, verás cómo aprendes más en qué consiste esa «paz» divina que Dios nos da.