Lunes 13-6-2022, XI del Tiempo Ordinario (Mt 5,38-42)

«Sabéis que está mandado: “Ojo por ojo, diente por diente”». Jesús no deja de sorprendernos. Cuando ya lo tenemos todo controlado, cuando nuestra vida parece resuelta, cuando vemos que ya no queda ningún cabo suelto, entonces aparece Él y lo trastoca todo. La ley del talión ­–ojo por ojo, diente por diente– es una ley de elemental justicia humana: si alguien te hace daño, tú puedes devolverle en respuesta un daño proporcional. Tanto me haces, tanto te hago yo. De hecho, esta norma universal del derecho natural suponía ya un paso adelante respecto a la ley del más fuerte: tú me has hecho daño, yo que soy más fuerte te quito la vida… Sin embargo, Jesús en el Sermón de la Montaña nos invita a ir más allá de la elemental justicia humana. Ni la ley del más fuerte, ni la ley del tanto-cuanto, sino la ley del amor. Esta es la nueva ley que ha venido a traer Cristo a la tierra. Una nueva ley que genera un nuevo corazón, unas nuevas relaciones entre las personas, una nueva sociedad, un mundo nuevo. Aquello que han denominado los últimos papas “la civilización del amor”.

«Pero yo os digo: No hagáis frente al que os agravia». Esta nueva ley del amor da la vuelta a toda nuestra escala de valores, de arriba a abajo. Tenemos que pedir constantemente al Espíritu Santo su ayuda para comprender y vivir cada vez más conformes a esta nueva ley. Porque esta nueva justicia va muchas veces en contra de nuestros usuales criterios humanos. Cristo nos invita al perdón, esta virtud tan fuera de moda, y que sin embargo es la clave en las relaciones humanas. A la generosidad, tan desfasada en una sociedad en el que el tener y el aparentar son el criterio último por el que se mide el valor de las personas. Al servicio, una palabra que ni entra dentro de nuestro vocabulario habitual, pero que es la expresión más grande del amor. A la humildad, como reconocimiento tanto de nuestra personal miseria como de nuestra dignidad de hijos de Dios. Ante este panorama, no sé si estamos dispuestos a dejar que Cristo trastoque nuestra vida hasta tal punto…

«Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra». Verdaderamente, estamos ante una de las mayores exigencias del mensaje de Jesús. Una exigencia que podríamos verla como un ideal inalcanzable, como un sueño irrealizable o propio sólo de gentes puras y perfectas. Pero no es así. Jesús nos llama a todos a la santidad, a la perfección de la caridad. Pero, eso sí, sólo podemos cumplir estas exigencias de la nueva ley si dejamos que Cristo mismo con su gracia transforme nuestro corazón. Así lo pedía san Agustín: “Dame lo que mandas y mándame lo que quieras”. Jesucristo no ha mostrado simplemente la nueva ley del amor, sino que Él la ha vivido el primero y hasta el extremo: en su Pasión Él puso la otra mejilla y se dejó quitar hasta la túnica; Él ha venido a este mundo a compartir su destino con los hombres y nos ha acompañado no un kilómetro o dos, sino toda nuestra vida. La ley del amor no es una interminable lista de normas; la ley del amor es Cristo mismo.