Hace no mucho que me comentaba una amiga psicóloga la importancia de suspender el juicio como tratamiento de salud e higiene mental, y meditándolo detenidamente he llegado a la conclusión de que no juzgar, es sin duda, básico para alcanzar una verdadera salud espiritual. Así lo sostiene, aunque con otras palabras, el evangelio que acabamos de leer.

Juzgar a los demás nos resulta muy sencillo, cogemos nuestros elegantes y precisos visturíes y diseccionamos la vida de los que nos rodean. La vida de los famosos que se expone sin pudor en los medios de comunicación, la vida de nuestros vecinos, compañeros de trabajo, «amigos»… somos especialistas en rajar la vida de los demás de arriba a abajo, parapetados en el anonimato de nuestros comentarios (las redes sociales), o en la falta de confrontación de nuestras afirmaciones, amparados por nuestro desconocimiento, en nuestra ignorancia, sin conocer de veras a aquel cuya vida estamos poniendo en la balanza.

Coincido con el Papa Francisco en sus afirmaciones sobre la murmuración, son una enfermedad reflejo de nuestra falta de consistencia, de nuestros deseos insatisfechos, de nuestras frustraciones. Y me gustaría que algún día me recordaran como aquel padre que a nadie criticaba, tal vez no porque fuera bueno, sino porque era tan consciente de sus propias miserias que se sentía como para criticar.

En la película La Cabaña, que, en mi humilde opinión, es de lo más sugerente en cine religioso de los últimos decenios, se ve el proceso de sanación de un hombre que aprende a no juzgar, y lo que es todavía más importante, a no juzgarse, porque os aseguro que si nos convertimos en sádicos jueces de nosotros mismos, nos convertimos en auténticos maltratadores de nuestro yo más íntimo. Aprender a no juzgar y a acoger, se convierte en un auténtico desafío.

Tal vez alguno piense que no juzgar es hacer un pacto con el mal, relativizar todo… no es esa la misericordia que Jesús nos presenta en los evangelios, y no es esa la misericordia, que de acuerdo con las Escrituras, se ríe del juicio. La misericordia nos devuelve la dignidad cuando todo parecía perdido, hasta nuestro futuro. La misericordia nos recuerda que en la mirada infinita de Dios, para nosotros siempre hay esperanza, no indiferencia, no condena, siempre una eterna sonrisa que nos acoge y lanza a nuestra mejor versión. Tal vez preferiríamos un Dios sádico, que juzgase con fuerza, que fuese implacable, a veces incluso duro… olvídense, ese no es el Dios del Evangelio, ese no es el Dios de Jesucristo.

Señor, ayúdame a suspender el juicio, ayúdame a acoger con humildad y esperanza los desafíos de mi pasado, las inquietudes del futuro, los errores del presente, de forma que mi mirada encuentre siempre, como lo hace tu mirada, mi mejor versión, la mejor versión de los otros. Amén.