No sé por qué rayos siempre que queremos alzar la vista a Dios tenemos que poner de por medio un milagro. ¿No nos basta con esa providencia natural maravillosa que es la naturaleza y el encuentro con los demás? Como dice el mismo Señor, “Dios hace salir la lluvia sobre buenos y malos”, como si quiera hacernos comprender que el milagro de la vida ordinaria es suficiente para dejarnos atravesar por Dios. El que no se cree que la vida es un regalo y le sabe a poco, no descansará nunca de buscar extrañezas. Y no le valdrán milagros cualesquiera, cada vez pedirá más, y otra pirueta, y otra pirueta, como los trapecistas en el circo.

En serio, el milagro más grande que me impresiona de Dios es su silencio, siempre me ha ayudado en mi fe. El silencio de Dios refleja el respeto profundísimo que tiene por el hombre. Si no nos respetara, obraría en nuestro lugar, echándonos a un lado. Estaría siempre comiéndonos la oreja, diciéndonos lo que tenemos que hacer. El que se toma la vida en serio de una persona no la obliga a hacer las cosas, ama sus descubrimientos, le apetecen sus avances. Tomarse la vida de los demás en serio es poner distancia humana entre unos y otros. No somos hijos del amontonamiento. Hay un vídeo de una de las canciones italianas de este verano que comienza con un plano cenital. Se ve una playa infestada de personas, todos tomando el sol, pero pegados unos a otros, es decir, lo más parecido a una compilación de sacos terreros, no muy diferente al amontonamiento de cadáveres en Auschwitz. Ahí no existe una distancia verdaderamente humana.

Dios, porque ama, nos quiere enfrente, no avasalla. Dialoga con la distancia propia de toda conversación, poniendo metro y medio por delante. No es ninguna tontería. No me imagino al Señor echándose encima de la gente mientras les predicaba el Reino de Dios. Hay una perspectiva física para la visión del otro, que incluye su respeto profundísimo. El poeta Philip Larkin le escribió una serie de recomendaciones divertidísimas a Mónica, su mujer, a propósito de cómo debería comportarse en sociedad. En uno de los consejos le dijo, “ no le lances a tu interlocutor más que una o dos miradas mientras hablas, te estás acostumbrando a ensartar la cara, yendo al asalto de las facciones de quien te escucha, no lo hagas, es molestísimo”.

El milagro del silencio de Dios es que nunca se interpondrá, vendrá, como justamente lo entendió Simone Seil, como un mendigo que busca compañía. Ése es el milagro. La alegría más grande del Evangelio es que el Señor rechazara la tentación de convertir las piedras en pan, menudo milagro, éste sí que hubiera sido de los buenos, por fin la comida resuelta. Sin embargo, Dios deja todo en manos humanas, es un compromiso por la no manipulación. Me gusta un Dios capaz de fiarse de mí.