“El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”. En esta parábola querría destacar dos consecuencias. La primera: es preciso ser introducido en la red. Una segunda consecuencia: hay que ser de los peces “buenos”.

Ser introducidos en la red no es mérito del pez, no es mérito nuestro, sino manifestación del arte del Pescador. No es primeramente una decisión nuestra. La incitativa es toda del Pescador. La iniciativa está pues en Dios. Es el quien sale a buscarnos para invitarnos participar de su Reino, a entrar en esa red. “La elección precede a nuestra existencia, es más, determina la razón de ser de nuestra existencia. «Podemos decir que Dios ‘primero’ elige al hombre, en el Hijo eterno y consubstancial, a participar de la filiación divina, y sólo ‘después’ quiere la creación, quiere el mundo» (San Juan Pablo II, “Discurso”, 28-V-1986). Esto es muy importante no perderlo de vista, porque no se conquista por la fuerza entrar en esa red, sino que somos “pescados” por Cristo no en atención a nuestros méritos, porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. Nuestros méritos son los suyos: «mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos» (San Bernardo, Sermón sobre el Cantar de los Cantares 61,3-5).

Al mismo tiempo, no basta con haber sido introducidos en la red, nuestra libertad ha de responder a esa invitación. Es preciso corresponder. Hay que hacer buenos obrando el bien. Ciertamente, si puedo realizar obras buenas es porque hemos sido “ganados” por el amor, porque antes el amor nos ha sido dado y, así, nos han capacitado para obrar el bien. Pero debo consentir, repetir el “fiat” de María. Y, además, hemos de renovarle cada día. Nuestra libertad no es aún capaz de alcanzar el bien con una sola decisión, somos criaturas, seres temporales, y hemos de actualizar esas decisiones. “La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez” (Benedicto XVI, Encíclica Spes salvi 24). No podemos dormirnos, hemos de mantenernos vigilantes y vibrantes, porque en cuanto nos descuidamos nos gana la pereza, la comodidad, el egoísmo, … ¡para qué luchar! – desánimo -. Hemos de levantarnos una y otra vez ¡Podemos porque no nos falta la gracia de Dios! Cuando decimos no puedo, esto es superior a mis fuerzas, … “Pero ¿cuáles son esas concretas posibilidades del hombre? ¿De qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia o del hombre redimido?” (San Juan Pablo II, “Alocución”, 1-III-1984). No podemos olvidar que no estamos solos en esa lucha cotidiana por corresponder a la invitación de Dios de entrar en su Reino, de ser sus hijos. Nos acompaña el designio y el deseo de Dios de que seamos “santos e irreprochables ante El por el amor” (cfr. Ef 1,4); nos acompañan los méritos de los santos, de la Virgen María. Y, sobre todo, la gracia de Cristo, que nos hace “criaturas nuevas” (2 Cor 5,17), nos sana y fortalece con su gracia.

Que nuestra Madre nos mantenga fieles al Señor y firmes en nuestra lucha por repetir una y otra vez su “fiat”.