san Mateo 19, 16-22

“El joven se fue triste, porque era rico”. San Marcos nos dice que el Señor lo miró “con cariño”, y esto suele bastar para que nos caiga simpático. 

Este joven del Evangelio “hace cosas buenas” y, por eso, se cree bueno. El Señor enseguida se da cuenta de lo que hay en su corazón: “¿Por qué me llamas bueno?”. Conocemos personas que hacen “cosas buenas,” a veces porque son tan tontos o tan torpes para hacer “cosas malas,” que incluso intentan justificar así su pequeñez de corazón. Son tibios, nunca se entregan del todo. La tibieza es su medida de la realidad y buscan justificarse haciendo ver que eso es “lo normal”. Son incapaces de misericordia pues son incansables buscadores de los defectos de los demás no para criticarlos, sino para autoafirmarse en su “bondad”. Como el fariseo creen que “yo no soy como esos” y, como mucho muestran, una falsa compasión hacia los defectos de “los demás”. 

Jesús conoce sus corazones. Cristo no quiere una pléyade de “buenecitos” sino testigos: “vente conmigo”. Encontrarse con Cristo no admite disimulos ni tergiversar sus palabras y llegará el día en que los tibios se encontrarán con el Señor y se darán cuanta de la falsedad de su vida, entonces tendrán que elegir: seguir con su mentira o decidirse a ir detrás de Cristo.

Desgraciadamente, como el joven del Evangelio, muchos no están dispuestos a dejar de ser “los buenos”, pero como ya han conocido a Cristo ese “lobby de los justos” se convierte en el “lobby de los amargados”, que viven tristes y procuran amargar a los demás, no es que no sigan a cristo porque no le conocen … no le siguen porque no quieren.

Mira tu vida y la de los demás con los ojos de nuestra Madre del cielo. Nos preguntamos en serio: ¿qué puedo perder siguiendo a Cristo? Y confiando en la seguridad de la guía de María nos ponemos a caminar detrás de Cristo, a donde nos lleve.