A veces saber improvisar forma parte del talento de una persona. De hecho improvisar es la reacción ante lo que no se esperaba. En ese caso es adecuado acertar en lo que se debe hacer, y que por lo general es urgente y decisivo. Pero improvisar no puede ser la actitud ante la vida. Hay quienes dicen que en nuestro tiempo, tan dado a cambios y en el que todo sucede aceleradamente tendemos a vivir improvisando, y eso no puede ser bueno si se convierte en una actitud ante las cosas.

En el evangelio de hoy leemos la parábola de las vírgenes necias y las prudentes. Todas sabían que esperaban al esposo, lo único imprevisto era la hora, aunque sabían que iba a acontecer aquella noche. Había un margen para el error, pero no una ignorancia del hecho fundamental. El novio había de llegar y ellas estaban allí para esperarlo. Cinco fueron precavidas; las otras no. Lo que se pedía era mantener las lámparas encendidas, porque era la manera adecuada de recibir al esposo.

La imagen evoca nuestro encuentro con Cristo. Sabemos que ha de volver, aunque no sepamos el momento concreto. La Iglesia vive en esa espera y conserva la lámpara encendida de la fe y la caridad. En el libro del Apocalipsis, hablando de la Jerusalén celestial, se nos dice que hay un templo lleno de luz, pero que no hay ninguna lámpara encendida porque la lámpara es el Cordero. Es Cristo, muerto en la cruz y resucitado, que lo llena todo con la luz de su amor. Por eso la luz de la lámpara representa también la memoria de Cristo en nuestras vidas, y el aceite simboliza la caridad. El amor no se improvisa. Es un don que Dios nos hace y que hemos de conservar y acrecentar. El amor crece amando.

Cayó la noche y sobrevino el sueño. Aquellas mujeres quedaron dormidas y, de repente, les despertó la voz que anunciaba lo que estaban esperando. Pero no todas estaban igual de dispuestas. Algunas tenían provisión de aceite, porque sabían lo que significaba el esposo y deseaban verdaderamente estar con él. De alguna manera simboliza que toda su vida se ordenaba a ese encuentro. De ahí que la irrupción en medio de las noches nos las tomó desprevenidas. Fue por sorpresa pero no inesperada. Pero cinco de aquellas mujeres lo habían dejado todo a la improvisación. No habían pensado a fondo en lo que suponía aquel encuentro. De hecho en su negligencia hay algo de despreocupación, y hasta de desinterés por el esposo. Es como si hubieran dicho: “cuando llegue ya veremos qué hacer”. Y, lamentablemente ya no pudieron hacer nada.

El tiempo de la vida es el que el Señor nos da a cada uno y no hay que posponer las cosas. Ya desde este instante hemos de vivir preparando nuestro encuentro definitivo con Cristo. Eso significa acoger su amor y practicar la caridad. Es lo que significa ser prudente: ordenar todos los actos de nuestra vida a su destino final, que es el encuentro con el Señor que ha de volver.