Hoy la liturgia nos sorprende con un fragmento del Evangelio de Lucas, el de la elección de los Doce. Ciertamente no es la elección de los Doce lo que hoy me ha resultado sorprendente, ciertamente he leído los textos vocacionales, los textos en los que el Señor llama a su seguimiento a unos u a otros, cientos de veces, los he meditado, los he predicado… sin embargo hoy la sorpresa me ha llegado del último párrafo, el versículo 19, que recoge el ansia del ser humano por encontrase con su Creador.

Dice así: «Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades los atormentados», no pueden imaginarse el impacto que ha tenido hoy en mi oración la «visión» de los «atormentados»… Casi no me salen las palabras. He recordado en imágenes aquellas visiones del Señor que tuvo la Madre Teresa de Calcuta, que en el grito de Jesús en la Cruz: «Tengo sed», veía a los más pobres entre los pobres, a los sufridores más desesperados y entendió que la sed de la que hablaba Jesús no es otra que la sed de las almas. Seguramente teniendo presente a estos pobres que sufren el texto se lee de manera diferente.

Y sin embargo el versículo acaba afirmando: «salía del Él una fuerza que los curaba a todos». De nuevo me reconozco sin palabras ante la fuerza sanadora del amor de Dios. Una fuerza atrayente, una fuerza irresistible diría yo, pero que tantas veces se encuentra con nuestra indiferencia, con nuestra ceguera.

Qué misterio es Dios y qué misterio es el del ser humano. Cómo entender todo este despropósito para la razón que es la gratuidad de Dios, cómo entender esa generosidad derrochadora en medio de los sufrimientos sordos del hombre, cómo reconocer y rezar por los dispuestos a dejar ganar al mal. Cómo entender y rezar por los que se ven obligados a vender su amor. Cómo, en definitiva, no convertirse en apóstol y responder a la llamada que Dios me hace, por mi nombre, como a los Doce, ante los sufrimientos del mundo y poniendo en nuestras manos la única medicina con la que curarlos.