Hoy celebramos la festividad de la Natividad de la Virgen María, siempre es agradable celebrar el recuerdo de la Madre de Dios, de nuestra Madre, es como si en el calendario litúrgico tuviésemos un momento de respiro, días en los que «huele a hogar» los días de la Virgen. Son días como para sentarse tranquilo junto nuestra Madre y acurrucarse en su regazo dejándonos descansar. Y esto es igual en Madrid, que en Pekín, porque todos encontramos en nuestra vida, la Virgen siempre los es para los creyentes, personas, hombres y mujeres que nos permiten respirar y descansar.

No hace mucho celebraba la Eucaristía con un grupo de jóvenes profesionales en la Iglesia de Santa Ana en Jerusalén, preciosa Iglesia, al lado de las piscinas de Betesda y puede experimentar allí este fenómeno del hogar que les comentaba hace un instante. De hecho celebramos la natividad de la Virgen, celebramos con los formularios y lecturas que hoy repetimos con intensidad y devoción.

Ciertamente aquella tarde en Jerusalén la prédica no tuvo nada que ver con el Evangelio del día, pero si mi meditación que paso a compartir. Leer la genealogía de Jesús, muchas veces no va más allá de ser algo anecdótico, una serenata de nombres que para nosotros dicen muy poco. Podría incluso resultarnos algo cargante, porque cuando alguien nos viene presumiendo de su linaje, nuestros juicios son todo menos benevolentes.

Sin embargo las genealogías son siempre interesantes y sorprendentes, concretamente en la de Jesús tiene dos detalles que para mí son de máxima importancia, uno de los de talles que sorprende es que aparecen en la genealogía cuatro mujeres: Rahab, Rut, la mujer de Urias y María. Sorprende porque en la intrahistoria del Mesías aparece una prostituta Rahab, la peor cara del rey David que para tener a la mujer de Urías se deshizo cruelmente de Él, en ellas aprendemos, entre otras cosas que el Mesías se hace hombre con todas las consecuencias y asumir las propia historia como trampolín de eternidad, el propio pecado como oportunidad y que, como sabemos bien los que hemos experimentado la misericordia de Dios, nuestro pecado, el mal no nos descarta ante Dios que siempre nos da una oportunidad nueva, que siempre puede sacar de la oscuridad más cerrada una luz cegadora.

En María y Rut aprendemos la paciencia y la fidelidad. Rut es extranjera, un símbolo de la universalidad de la llamada de Dios a todos los hombres de todos los pueblos, de todas la razas. El mesías es familia de una extranjera que sin embargo vive la alianza con el Pueblo de Israel más intensamente que muchos judíos. María es nuestro todo, si nos emocionamos al hablar de nuestras madres, cómo no emocionarnos al hablar de la Virgen. Emocionados por el amor sincero y gratuito que siempre nos conforta y al que saludamos, como el ángel: Ave María.