El sábado pasado, que eran las fiestas de esta zona, recuperamos una tradición que hacía muchos años que se había perdido. Sacar a la Virgen en procesión y celebrar la Misa en la “Fuente de la Tercia”. Estuvo bastante bien. Se me ocurrió decirle a uno: “Es la primera procesión del siglo en la parroquia”, y me contestó: “Del siglo no, del milenio”. Tiene razón, algo realmente histórico. Ahora cada mes tenemos algo que es lo más grande del siglo: El entierro de la reina Isabel, un partido de fútbol, unas elecciones…, siempre lo titulan como lo más importante del siglo hasta que llega otro evento a quitarle su puesto.

“Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.

Ese sí es el acto más importante que se ha producido en la historia de la humanidad, la redención que Jesús nos trae. Pero como se repite incruentamente miles de veces en los altares de todo el mundo, parece que nos vamos acostumbrando… ¡ya les pasó a los Corintios!

¡No nos acostumbremos a la Santa Misa! No es “algo más” sino que como dirían algunos jóvenes es “lo más”. En la Misa casi todas las oraciones son un diálogo entre el sacerdote y los fieles. De las pocas cosas que decimos juntos es la frase del centurión del Evangelio de hoy: “No soy digno de que entres bajo mi techo”. Seas Papa, Cardenal, Obispo, sacerdote, monaguillo, ministro del Gobierno, Rey de un imperio o zapatero remendón diremos juntos antes de acercarnos a comulgar: “Señor, no soy digno”. Sólo Jesucristo nos da toda nuestra dignidad y grandeza. Pero, acordémonos, si hoy vas a Misa no es sino por la misericordia infinita de Dios. Y si no pensabas ir ¿qué mejor tienes que hacer?

Amemos la Santa Misa, nunca nos acostumbremos. El dulce nombre de María se pronuncia en el canon como la primera de todos los santos y ángeles que alaban a Dios, que ella nos conceda participar un día de vida del cielo, de la que la Misa es la antesala.