Esta es la lógica de Dios. Un Dios tan grande que se pudo hacer pequeño. Engendrado en el seno de María, esperó durante nueve meses para ser dado a luz. Nació en el lugar más pobre que podíamos imaginar y los primeros testigos fueron los últimos de la sociedad: los pastores. Y así, desde Belen hasta la cruz, Jesús es Dios hecho hombre escogiendo el camino de la obediencia al Padre. “A pesar de ser hijo, aprendió sufriendo a obedecer”. Este camino culminó en el abandono total en la cruz. Como dice el canto de Isaías: “Con todo eso subirá, como renuevo, delante de él; y como raíz de tierra seca. No hay parecer en él, ni hermosura. Le veremos, pero sin atractivo para que le deseemos”.

Jesús es el último, el que el mundo ha despreciado. Es el hambriento, y su alimento es hacer la voluntad del Padre. Es el sediento que pide de beber a la mujer Samaritana. Es el que está desnudo en el pesebre y en la cruz como Job: “desnudo, salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él, el señor mi Dios me lo dio, el Señor mi Dios me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor”. Jesús es el extranjero que ha venido dejando su patria del cielo para, por amor, llegar a nuestra tierra y morir con nosotros y por nosotros. Jesús es el enfermo, el que siendo inocente ha cargado con nuestras culpas, “varón de dolores, sus heridas nos han curado”. Jesus es el que estuvo en la cárcel, siendo inocente fue condenado injustamente acusado de unos falsos cargos.

Por eso está escondido; el último es el primero. “Porque tuve hambre me disteis de comer tuve sed y me disteis de beber, estuvo desnudo y me vestisteis, fui forastero y me hospedasteis, estuve enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. En esto consiste el evangelio, y por eso una verdadera buena noticia. Que los últimos serán los primeros en el en el cielo. Que lo que el mundo desprecia, Dios lo ensalza. Que Cristo, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.