Me parece maravilloso empezar esta semana con el Evangelio del buen samaritano. No hay mejor enseñanza para saber vivir. Y deberíamos tomarnos en serio una frase muy lograda del Papa Francisco a propósito del itinerario que hace dentro de nosotros la Palabra de Dios. Primero entra por el oído, llega al cerebro, pasa al corazón y de ahí a las manos. Muchas veces dejamos que la voz de Dios pulule por la cabeza y se dedique a zumbar sin otro propósito que tropezarse con las cuatro paredes de la cabeza sin saber salir. Hacer de la palabra viva de Dios un ejercicio frenético de mera reflexión, me parece que roza la afrenta. La Palabra tiene que bajar hasta el corazón, donde comienza a hervir, allí las palabras se incendian y prenderán cuanto se encuentren a su paso. El último tramo será la llegada a las manos, al lugar del roce y de la acción, de la generosidad, etc. Como dice el Selor, anda, haz tú lo mismo, es decir, ponte a ello. El cerebro se parece mucho al congelador, todo cuanto se guarda se hace paulatinamente frío y duro, inaccesible en definitiva.

Me llamó recientemente un internista del hospital para que hablara con un enfermo cristiano que lo estaba pasando mal, muy mal, estaba a punto de solicitar la eutanasia. Me acerqué a su habitación. Me encontré a un ser humano en trance de morir, amarillo, el color del cáncer de páncreas, encogido, la voz apenas audible. Me dijo que durante los tres meses de enfermedad y dolor en el hospital, nadie se había parado a hablar con él. Los médicos iban al órgano, a la víscera herida, pero él se encontraba aterido por el frío que le otorgaba su propio cerebro. Su vida era una vida encerrada en sí mismo. Clamaba por el buen samaritano que le portara al lugar de la conversación y el aliento. Por cierto, aquella mañana, el enfermo rezó con entusiasmo el padrenuestro, se confesó y comulgó. Y aquello sucedió sólo por esa hermosa fricción de dos personas que se encuentran y se hablan.

Nadie ha escrito palabras más hermosas sobre este pasaje que el Papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti. Si en este punto el lector no ha metido aún la nariz en el texto, le recomiendo vivamente un análisis a fondo que le provocará inmediatamente una oración fecunda. La existencia de nosotros está ligada a la de los demás, el tiempo no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro. Da miedo leer en el texto que los personajes que se alejaron del maltratado eran personas religiosas. Es decir, el hecho de creer en Dios no garantiza vivir como a Él le agrada. Existe la figura del practicante que no cree y del cristiano que va ciego por la vida.

El buen samaritano es el ejemplo más nítido de que en la acción cristiana debemos empezar de abajo y de a uno, una frase que le encanta al Papa y que usa cuando la ocasión es propicia. Cuánta razón, hablar de abajo y de uno es hablar de dedicación del corazón, lo demás es despliegue de medios. Hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde, con todo su círculo de humanidades hambrientas. Ciñámonos a esas acciones ineludibles de hoy, ni más allá, ni a otra gente, ni otro día.