El Evangelio de hoy está dedicado a un piropo corregido. Una mujer le dice a Nuestro Señor una cosa muy judía y muy humana, dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Una frase que habla de las virtudes de la fecundidad, y al tiempo una frase que se refiere a una persona concreta, su propia madre. Porque de ella le vino su belleza, que debía saltar a la vista, y toda esa inteligencia que mostraba en sus discursos. Entonces, ¿por qué el Señor la corrige, sabiendo que cualquier honra a la propia madre que venga de otro, es siempre un regalo?

Si tuvieras que elegir en el mundo algo maravilloso, pequeño y maravilloso, dirías que un bebé. Y es verdad. Acabo de ser tío abuelo y no existe en el mundo un centro de gravedad más absoluto que mi sobrina nieta. El otro día nos juntamos a comer toda la familia y en cuanto entró por la puerta mostramos con ella la misma actitud que una adoración de los Magos en un cuadro de Memling. Hacíamos cola para agasajarla con besos y con esos balbuceos que se producen para tentar la risa del bebé. Ser bebé es fácil, es el ejemplo vivo de ser querido por el simple hecho de ser. Lo dice muy bien Karl Ove Knausgard en su maravillosa En primavera, novela autobiográfica dedicada a su niña recién nacida, el entusiasmo de tus hermanos no se apagó, todos los días, al volver del colegio, corrían los últimos metros hasta casa, tiraban la mochila, se descansaban en un pispás y entraban corriendo a verte. En medio de esa alegría y entusiasmo te estás criando. Y es incondicional, no has hecho nada para merecerlo, tan solo existir. Knausgard era una de mis apuestas del Nobel de este año, pero no ha podido ser. El bebé es el testigo más fiel de que se puede amar apasionadamente a alguien por el mero hecho de estar presente.

Pero Dios no se hizo hombre para subrayar la belleza de la naturaleza. Vemos al sol caer en la montaña y decimos guau, vemos al gato asomando su carita de susto tras una pelota de tenis y decimos guau, vemos el mar rompiendo en la orilla, cerrándose como un viejo acordeón, y decimos guau, vemos al bebé mordiéndose un labio y decimos guau. Pero para esto no hace falta que venga el mismo Dios a decirnos que todo eso provoca en el alma una tierna estupefacción.

Lo que Dios ama es la libertad del hombre, y ha venido a luchar por ella, como el enamorado quiere robar el corazón de aquella por quien ha enloquecido. El reto del hombre es salir de sí mismo, romper su naturaleza y entrar en la vida ajena, Dios quiere llegar al corazón humano y seducirlo. Esta es la gran provocación de la fe cristiana. No es la maternidad el objetivo, porque la maternidad es una realidad que nos es dada como se nos regala el agua o el viento, sino el triunfo del encuentro entre dos personas libres y diferentes que van ganándose la una a la otra. Ese es el corazón del matrimonio y el corazón de ser discípulo de Cristo. Por eso el Señor habla de las virtudes de María, pero no por madre, sino por discípula.

Es fácil dejarse convencer por un bebé, es difícil escuchar los problemas de mi compañero de trabajo que llega siempre tarde. Es difícil identificar la voz de Dios en el coro de voces que pueblan nuestra jornada. Es difícil escuchar al enfermo. El reto es desalojarse de lo propio, romper la naturaleza y creer de verdad que somos dignos de un encuentro cara a cara con el mismo Dios.