Hoy es una fiesta especial de la Virgen María porque celebramos una particular manifestación de su solicitud maternal animando y sosteniendo a uno de los Apóstoles de su Hijo. Según una antiquísima y venerada tradición, la Virgen, cuando aún vivía en carne mortal, se apareció al Apóstol Santiago el Mayor en Zaragoza, acompañada de ángeles que traían una columna o pilar como signo de su presencia, en un momento de particular dificultad. En la aparición, Nuestra Señora consoló y reconfortó al Apóstol Santiago, a quien prometió su asistencia materna en la evangelización que estaba llevando a cabo en España. Como nos decía San Juan Pablo II en una homilía en Zaragoza, (6-XI-1982) desde entonces, el Pilar es considerado como el símbolo de la firmeza de fe.

Como en su momento hizo con Santiago, María, sigue sosteniéndonos cada día en nuestras luchas diarias, en medio de las “tormentas” que a veces parecen hacernos sucumbir. “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María (…). No te descaminarás, si la sigues; no desesperarás, si le ruegas; no te perderás, si en Ella piensas» (“San Bernardo, Homilías sobre la Anunciación II, 17)”. Ella sigue siendo un pilar para nuestra fe.

En la primera lectura leemos que, por indicación de David, “llevaron el Arca de Dios y la colocaron en el centro de la tienda que David le había preparado”. El Arca simboliza la presencia de Dios en medio de su pueblo. María, Arca de la Nueva Alianza, no simboliza, sino que nos traer la presencia de su Hijo para facilitarnos fijar nuestra mirada en Él. Comentaba Benedicto XVI en Homilía el día de la Sagrada Familia de 2011, cómo “la capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por decirlo así, contagiosa. San José fue el primero en experimentarlo. Su amor humilde y sincero a su prometida esposa y la decisión de unir su vida a la de María lo atrajo e introdujo también a él, que ya era un «hombre justo» (Mt 1, 19), en una intimidad singular con Dios”. Si la dejamos nos contagiará esa capacidad de vivir de la mirada de Dios y nos hará capaces de contagiar a otros. Así nos hace “pilares” de la evangelización. “Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes». Del trato con la Virgen, de mirarla, nos saldrán gestos parecidos, que recuerden a Ella. Para Aprender de Ella a unir a la fortaleza necesaria la ternura y el cariño en el trato con los demás, particularmente con los que corren mayor riesgo de ser excluidos” (Papa Francisco, “Evangelii gaudium” 288).

En la cuarta aparición de la Virgen a San Diego, cuando quiso “esquivar” a la Virgen para que no le entretuviera y llegara a tiempo a buscar a un sacerdote para que pudiera atender a su tío que se estaba muriendo, la Virgen le dirige unas palabras que también son para nosotros y que nos sostendrán particularmente en las dificultades: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, (…). ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester?” (Nican Mopohua).

A su intercesión nos acogemos en este día de la fiesta del Pilar.