Junto a la cruz de Jesús estaba su madre. La mía y la tuya: María. No dice el evangelista que hiciese nada: estaba. Ese silencioso estar era para el Señor un bálsamo de ternura, de paz, de consuelo en los momentos duros de la Pasión. Recuerdo con especial cariño mi pastoral en una residencia de ancianos mientras era seminarista: allí, más que hacer, estaba. Pasé muchos ratos sentado al lado de la cama de los enfermos escuchando sus historias, sus penas y preocupaciones, sus ilusiones, sus desahogos. Me daba cuenta de que no tenía que darles grandes consejos teológicos: bastaba estar. Estar suponía, ante todo, que ellos supieran que alguien les escuchaba, les comprendía, se hacía cargo de sus situaciones, se ponía en su piel, les miraba con cariño. Parece que hoy el estar es poco y hace falta hacer muchas cosas: sin embargo, nunca ha habido entre los seres humanos tanta necesidad de que alguien simplemente esté con ellos. Muchos gritarían: «deja de hacer tantas cosas por mí y quédate un poco conmigo: escúchame, mírame, pasa tiempo a mi lado».

Celebramos hoy la Virgen de la Almudena, tan querida en nuestra archidiócesis. Madrid se viste de fiesta por esa Madre tan buena que nos cubre con su manto y se hace cargo de todo lo que sucede en nuestro corazón. Ella estaba. Estaba cuando la encontraron en el siglo XI cerca de la Puerta de la Vega: estaba esperándonos mientras nos protegía en el silencio y el ocultamiento. Qué fecundo sería que la imitásemos en ese estar sencillo, delicado, amoroso. En cambio, siempre queremos hacer muchas cosas, en este mundo del activismo. Hacer para sentirnos realizados. Hacer para que nos reconozcan. Hacer para parecer mejores que los demás. Pero cuánto bien produce la presencia serena, callada, fecunda. En tantísimas ocasiones no hace falta hacer nada sino estar mucho.

Salve, Señora de tez morena, Virgen y Madre del Redentor, que yo te encuentre cada día, como te encontraron durante la conquista de Madrid. A veces te pierdo de vista, me olvido de que estás a mi lado, no recuerdo que anhelas mi cariño. Y me extravío. Te pido que en la diócesis de Madrid sintamos tu presencia cercana. Que te encontremos cada día y gracias a eso nos queramos, dejando las críticas, las divisiones, las rupturas que tanto te entristecen. Que vivamos en comunión con nuestro obispo, sucesor de los apóstoles. Te lo pedimos, Santa María de la Almudena, reina del cielo y madre de amor.