Santos: Leandro, obispo; Diego de Alcalá, Estanilao de Kostka, Homobono, confesores; Arcadio, Pascasio, Probo, Eutiquiano, Valentín, Soluto, Víctor, Antonio, Cebinos, Germán, mártires; Ennata, Maxelinda, vírgenes y mártires; Pablito, niño; Nicolás I, papa; Eugenio, Florido, Bricio, Quinciano, Quiliano, obispos; Leoniano, Pascasio, Donato, Everardo, Marcos, abades; Francisca Javier Cabrini, fundadora.

La palabra para definirlo es «ortodoxia». La escena está en la España visigótica del siglo VI. El hombre que influyó decisivamente en el cambio histórico de la herejía a la catolicidad del reino se llamó Alejandro.

Su padre es un magnate del reino visigodo en Cartagena, donde vivía con su familia y donde nació Leandro. Cuando los bizantinos llegaron a la costa y se apoderaron de Levante, la familia se traslada a Sevilla en destierro voluntario y allí se hace católica su madre y manifiesta deseos de ser enterrada en el lugar donde conoció a Dios.

Leandro se hace monje y, a partir de este momento, su vida es otra; han quedado atrás la fortuna, las armas, el poder y el prestigio. Ahora lleva una vida escondida y oculta en su convento: trabaja, estudia, reza y medita los misterios en su vida contemplativa.

Un buen día se produce en su celda una irrupción ruidosa y bullanguera de sevillanos que, como locos, lo arrebatan, lo conducen a la basílica de San Vicente y lo sientan en la silla episcopal. Lo han elegido obispo. Sucedía esto por el año 578.

Llegó a Sevilla el hijo primogénito del rey Leovigildo, quien le asoció al trono en el 573, encargándole del gobierno de la Bética, con residencia en Sevilla; Leovigildo lleva a su esposa y un hijo pequeño; está casado con una excelente católica, aunque él sigue siendo arriano; dicen que es un hombre sano, con buena voluntad y dotado de cualidades óptimas para hacer feliz a sus súbditos. Al pequeño lo han bautizado en el nombre de la Trinidad.

Por razones lógicas hay contactos entre Leovigildo y Leandro porque los hombres a gobernar desde distintos ámbitos son los mismos. Una corriente de simpatía se establece entre ambos, los encuentros se hacen más confiados y menos protocolarios; parece que puede tocarse una suave corriente de gracia transformante en las cada vez más asiduas visitas en palacio y en la celda del monje obispo. El rey Hermenegildo confiesa la misma fe que Leandro, que le recibe en la Iglesia, le da el nombre de Juan y lo asocia a su misión de defender la verdad.

Pronto sonaron las espadas. La conversión al catolicismo suponía un acto de rebeldía política al actuar contra los designios regios. Con el apoyo de importantes sectores de la aristocracia hispanorromana, Hermenegildo pidió ayuda a los suevos y a los bizantinos, se proclamó rey en el 579, contra los derechos de su padre, y extendió su poder por el valle del Guadalquivir. Leovigildo es arriano convencido y la madrastra de Hermenegildo, Godsvinta, era «mala hembra que tenía una víbora dentro del corazón»; el rey se vio obligado a intervenir militarmente contra su hijo constituido en defensor de la ortodoxia y todo terminó con el ejército arriano asolando la Bética y derrotando sin remedio a Leovigildo, abandonado por sus aliados, y haciéndolo prisionero en el 584.

Leandro tiene que marcharse lejos. Se le ve en Constantinopla; allí se hace amigo –ya para toda la vida– de Gregorio, que luego será papa. Tienen tiempo de intercambiar datos sobre los asuntos eclesiales, simpatizan en la común aspiración de santidad, conocen las riquezas acumuladas en las bibliotecas orientales y aprovechan el tiempo profundizando en el conocimiento de la Sagrada Escritura de donde sale gran parte del saber teológico universal. Allí animó Leandro a Gregorio a poner por escrito sus amplios conocimientos morales y de allí salió el Comentario al Libro de Job o los Morales que enviaría más tarde, junto con el Libro de la Regla Pastoral, cuando estuviera reintegrado Leandro a su sede y ya fuera Gregorio pastor universal.

La sangre de Hermenegildo, asesinado en Tarragona en el 585 por su carcelero, al negarse a recibir la comunión de manos de un obispo arriano, dio fruto en la conversión de Recaredo que daba al reino –con la mayoría de súbditos católicos– el principio de unidad. No se produjo este cambio sin el influjo del consejero real Leandro.

A partir del III concilio de Toledo (año 589), Leandro es lumbrera para la nueva sociedad con su prestigio, sus predicaciones y sus escritos entre los que se conserva el opúsculo llamado Instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo, dedicado a su hermana santa Florentina. Esta joya de la ascética cristiana, monumento de discreción y experiencia, llegó a ser por mucho tiempo la Regla para los monasterios femeninos.

Influyó también Leandro en la santidad heroica de su hermano Fulgencio, el obispo de Écija, y de modo muy especial en san Isidoro, el gran doctor polifacético del siglo que fue igualmente su hermano. Murió hacia el año 600 y su cuerpo se trasladó a la catedral hispalense.

Mira por donde, en la enmarañada e intrigante España visigoda, un obispo fiel a la verdad y empeñado en proclamarla llegó a santo.