Con esto de tantas compras, Black Friday y Navidades a todos nos venden «lo exclusivo». Exclusivo significa que sólo hacen 250 millones de copias de ese producto, pero tú puedes tenerlo porque eres mejor que los demás. En cuestiones de fe eso lo llamamos «los gnósticos», los que saben cosas que otros no conocen y están en posesión de la verdadera verdad, que sólo alcanzan algunos iluminados. Se creen tan iluminados que muchas veces carecen de luces.

«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Nosotros seremos de todos menos exclusivos. Jesucristo vino a anunciar la salvación a todos los hombres, hasta al centurión ese romano que seguro que muchos al verlo dirían que era malísimo de la muerte. El que se cree exclusivo en la Iglesia acaba buscando su interés o se le aparecerá San Agapito para darle alguna revelación privada. El que se cree exclusivo excluye a los demás que no son de mi grupo, mi condición o mi inteligencia.

“Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo”. Lo decimos todos, incluido el sacerdote, antes de recibir a Cristo en la Comunión. Lo deberíamos decir todos al conocer la Salvación que Cristo nos da. No somos exclusivos, pero sí podemos gozarnos del amor exclusivo de Dios para cada uno de sus hijos. Amor inmerecido, gratuito e incondicional de Dios por sus hijos, que sólo podemos acoger con toda indignidad. El que se crea que se lo merece, se pierde.

Ven, Señor Jesús. Decimos en Adviento. A pesar de nuestros pecados, nuestras infidelidades y nuestra indignidad, ¡Ven!

Hágase en mí según tu Palabra. Le pedimos a la Madre del Cielo que nos dé ese espíritu para vivir el Adviento.