Hemos instalado en la parroquia un bucle magnético, o bucle de inducción magnética. Es un cablecillo que rodea todo el interior del templo y su función es que la señal de la megafonía llegue directamente al audífono de las personas que lo necesitan por fallos de audición. Dado que la acústica de la parroquia no es la mejor del mundo no entendían nada (algunos dicen que es que hablo muy deprisa, lo cierto es que escuchan despacio), pero si Dios quiere ahora serán los que escuchen mejor de toda la parroquia. Si la Misa fuese un espectáculo de luz y atracciones no haría falta, pero gran parte de la Misa se realiza con la palabra, y es bueno escuchar bien.

«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron» A veces me pregunto cuántas veces habré escuchado la Palabra de Dios, cuántos minutos he dedicado a la predicación. Son bastantes miles de veces y de minutos. Y cuántas veces sigo escuchándola con la interferencia de la tibieza, de la desgana, de la frialdad de corazón o el demasiado cálculo mental. Cuántas veces he usado la Palabra de Dios para que dijese lo que yo quisiera que dijese y no lo que dice. ¡Hay que interpretarla!, me dicen, Sí, es cierto, según el recto sentir de la Iglesia y la Tradición, pero no para mi interés.

Habría que hacer un bucle magnético de inducción para el alma. En vez de cobre habría que poner humildad y vida de infancia. “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.” Ojalá este Adviento seamos capaces de purificar nuestro corazón y nuestra mente para escuchar bien la Palabra de Dios, para escuchar a Cristo y así conocer al Padre. Que pena da cuando en Misa suena un móvil y se salen de la Iglesia para atender la llamada. ¿Qué palabra es más importante? Pero asó somos, sabios y entendidos de nada y vacío.

Pero tú y yo cada día procuramos leer la Palabra de Dios. Vamos a dejar que cada día nos cale más profundamente, cada día nos sorprenda y así encontremos la dicha de oír lo que oímos.

En María la Palabra de Dios se hizo carne, ruego para que en todos nosotros se haga vida.