Una vez un médico me recetó unas pastillitas para calmar los nervios. A mi amigo el farmaceutico le dije que me daba un poco de miedo empezar a tomar esas cosas. Me miró y con una media sonrisa me dijo: «si tu supieras lo que toma la gente…». Ese día me enteré de que la ingesta de ansiolíticos es masiva, y vergonzante. Nos da vergüenza tener que reconocer que no somos dioses y que muchas veces no podemos con nuestra vida y tenemos que depender de una medicación para poder vivir.

Hay algo que se llama «descanso» en Dios: cuando sucede, es una gracia, un regalo, es como si uno se tomase una tortilla de ansiolíticos, pero sin tomar nada. Es literalmente como descansar entre los brazos de Dios Padre. La experiencia, que puede durar minutos, es como haber dormido ocho horas a pierna suelta. Es un recogimiento regalado que ni el asceta más austero lograría con sus esfuerzos y ejercicios espirituales. El que lo experimenta no lo hace por que sea muy santo. Mas bien es alguien que no puede más. El origen de esta experiencia es un quebrantamiento: no puedo con mi vida.

«Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan». No es poesía. Es literal. «Venid a mí todos los que estáis canados y agobiados, y yo os aliviaré… tomad mi yugo sobre vosotros… encontraréis descanso»

Cuando estés cansado y agobiado no digas «dame fuerzas», dí «Señor, no puedo con mi vida»