Las personas verdaderamente grandes son aquellas que aprovechan todas las oportunidades que se les ofrecen para crecer. Esto requiere tener la humildad de reconocer que los demás me ayudan no solo cuando me apoyan y me confirman en mis decisiones y esfuerzos, también cuando me corrigen y me enseñan cómo hacer mejor las cosas. Esto, que vale para todo en general, es mucho más evidente cuando se trata de lo más importante: acertar o fracasar en la vida.

Jesús es el Hijo de Dios que compadecido de los errores y las heridas que estos provocan en la vida de los hombres ha tomado carne en el seno de María y nos enseña como hombre a vivir divinamente. Él es el camino. Por eso cuando sale a nuestro encuentro y se pone a nuestro lado tenemos la oportunidad de elegir su compañía y por tanto, caminar a su lado o preferir nuestros propios planes y proyectos.

Hoy, los principales del pueblo, los jefes de los sacerdotes le preguntan a Jesús por la autoridad que se ha arrogado tener para expulsar a los mercaderes del templo. ¿Con qué autoridad obras así, quién te crees que eres?

Pero Jesús no responde a su pregunta porque sabe que quienes la formulan no merecen su respuesta. No están abiertos a reconocer su autoridad, aunque sea evidente y manifiesta. Por el mismo motivo por el que no admitieron autoridad ninguna en la predicación de Juan, el Bautista.

Y es que sólo Dios es dios, y por eso sólo Él tiene plena autoridad sobre todos los demás. Dios no se aviene a nuestros intereses ni puede ser manipulado a nuestro capricho. Si hiciéramos eso con dios lo único que se pondría en evidencia en ese momento, es que “ese tal dios” no sería Dios. Dios no es domesticable. Dios siempre es más. Siempre es mayor. Siempre nos sorprende. Siempre nos desborda en su poder. Como leemos en la primera lectura de hoy en la que el profeta se ve obligado por Dios a bendecir a Israel en contra de lo que pretendía el rey enemigo. Así es Dios, sorprendente, soberano, verdaderamente grande.

Al inicio de esta semana es bueno preguntarnos cómo de aferrados estamos a nuestros planes y criterios. Y si estamos dispuestos a que Dios, en Cristo su Hijo, nos corrija y nos enseñe la verdad. Ya se sabe que “la verdad es la verdad, dígala Agamenón, o su porquero” así que si el Señor nos reclama algo en este día, más nos vale escucharle y seguirle porque él es el que sabe y nos ama verdaderamente revelándonos siempre la verdad.

Si hoy le preguntásemos a Jesús. “Pero tú, quién te crees que eres? Él en silencio y sin palabras nos dirá en el corazón: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

En el día en que recordamos las palabras de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?” Le pedimos a ella la humildad de los pequeños y sencillos para ponernos confiadamente en su regazo y descubrir que la autoridad verdadera es la que proviene del amor.