Seguro que Juan no quería dejarles huérfanos; sabía que su final era inminente y no quería que sus discípulos pensasen que todo lo vivido en esos años anteriores había sido en vano. Al contrario, Juan sabía que su misión era señalar a Cristo presente, por eso lo hizo hasta el final de sus días, pero en vez de dar a los suyos un mensaje del tipo: “Jesús es a quien tenéis que seguir”, los envío a Jesús en persona para que lo conocieran y le preguntaran directamente “¿eres tú el mesías o tenemos que esperar a otro? Jesús les invito a una experiencia, como hizo la primera vez cuando Juan Bautista señaló a Jesús como el cordero de Dios y dos de sus discípulos, Juan y Andres fueron a él.

Al principio de todo les dijo “venid y lo veréis” y el evangelista san Juan nos dice que fueron, vieron y se quedaron con él. Hoy, Jesús les invita a hacer una experiencia parecida. después de permanecer con él, después de conocer de primera mano de palpar, oír y ver, les contestó: “id a contar a Juan lo que habéis visto y oído” y entonces, enumeró todas las cosas que estaban sucediendo ahí ante sus propios ojos; eran los signos que había anunciado el profeta Isaías: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y ¡bienaventurado aquel que no se escandalice por mi causa!

Esto es el cristianismo, un acontecimiento del cual uno puede tener o hacer experiencia personal. No seguimos unas ideas ni un simple mensaje. No somos simplemente una religión del libro. El cristianismo es antes una experiencia que una teoría. Quizá este sea el gran reto de la iglesia y de cualquiera de sus comunidades, asociaciones y parroquias: poder invitar a cualquier persona y decirle “venid y veréis” con la confianza de saber que todo lo que vea, va a poner de manifiesto la novedad y la grandeza de lo que vivimos. Poder presentar ante los hombres algo más que un organigrama o un elenco de grupos y actividades; la posibilidad de participar en el acontecimiento original que vivió Jesús con sus discípulos y que no ha dejado de suceder generación tras generación, hasta nuestros días. Es precioso pensar que Juan, precursor en todo de Jesús, también pudo experimentar el gozo de llevar a cabo su tarea, terminar de cumplir su misión con pulcritud. También él podrá decir “siervo inútil soy hice lo que tenía que hacer”, sabiendo como supo, que mostraba a los suyos donde estaba el verdadero maestro. También en la hora de padecer el martirio, por ser fiel a Dios y obediente hasta la muerte, podrá decir “todo se ha cumplido” y agregar las palabras del salmo: “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, tú, el Dios leal me librarás”.

Qué importante es darse cuenta de esto, sobre todo cuando debido a nuestro cansancio, nos asaltan las dudas: ¿merecerá la pena tanto esfuerzo? ¿no estaré malgastando – como dicen muchos – mi tiempo y mis energías en algo inútil? Es normal que uno sienta esa cierta zozobra cuando siembra la semilla y desde esa hora, pierde casi totalmente el control sobre la planta que espera que un día brote y que después crecerá y dará fruto. En el momento de enterrar en el surco la vida, es normal que surja la preocupación por el futuro que vendrá. Y es que la fe, hasta la más fuerte y sincera puede convivir con la duda; el creyente no es el que ve todo como a la plena luz del día, el creyente es el que sigue avanzando en la dirección correcta, aunque no vea nada claro delante de sus ojos. Ante esa fe, la de aquel que no se escandaliza de Jesús ni de su cruz, sino que lo abraza con amor, Dios responderá regalándole un modo nuevo de ver las cosas que le permitirá reconocer los signos de su presencia en su vida, y los signos de esa humanidad nueva que está creando todavía hasta hoy.