La celebración de la Maternidad divina de María es una nueva celebración de la Encarnación, porque supone afirmar simultáneamente la humanidad y divinidad de Jesucristo. María está inseparablemente unida al misterio y a la misión de su Hijo.

San Pablo en la segunda lectura de hoy nos dice: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley”. En el texto original griego se dice literalmente: “fue hecho “de” mujer”, que expresa con más fuerza la realidad de la humanidad de Jesucristo, que no aparece de repente en la tierra como un extraterrestre. El Misterio de la Encarnación no es “algo” que sucede en María, pero sin intervención de su humanidad, de ser así no podría ser en sentido estricto Madre de Jesús. Como cualquiera de nosotros, se hizo hombre y nació “de” una mujer. Asume plenamente la naturaleza humana. Como nosotros, “nacido bajo la Ley”, sin dejar de ser Dios.

Es preciso distinguir tiempo y eternidad. Jesús en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente por el Padre desde toda la eternidad. “Engendrado, no creado”, repetimos en el Credo. En cuanto hombre, sin embargo, nació, “fue hecho”, de Santa María Virgen. Por esto, María es Madre de Jesucristo en sentido real y estricto. Y por ser Jesucristo, también, verdadero Dios, María es, verdaderamente, Madre de Dios desde el momento en que es Madre de Jesucristo. El Concilio de Efeso (431) lo expresa en esto términos: “María no es solo madre de la naturaleza, del cuerpo, lo es también de la persona, quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es ambos Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios».

Misterio grande ante el que sólo cabe admirarse y maravillarse. Misterio que se resiste a los corazones soberbios y autosuficientes. Quizá por esto los pastores, gente sencilla y con conciencia clara de la necesidad de salvación, son los primeros en recibir el anuncio de tal misterio ¡Y fueron corriendo! La prisa de los pastores es fruto de su alegría y de su afán por ver al Salvador que les había sido anunciado. Van corriendo porque, como comenta S. Ambrosio, “nadie busca perezosamente a Cristo”. O le buscamos con “prisa” y verdaderas ganas de encontrarlo o no lo buscamos de ninguna manera. Encontraron a María y a José y al Niño acostado en un pesebre. Ven a una mujer, un hombre y un Niño recién nacido y reconocen un gran misterio, las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este Niño: hoy os ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor.

Como María, nuestra Madre, guardemos y meditemos en nuestro corazón lo que de Jesús oímos y se nos “dice”, lo que él hace en nosotros. Así iremos profundizando en el conocimiento del misterio de Cristo y de su plan salvador para cada uno de nosotros. Y descubriremos el único camino que nos conduce a la paz verdadera.