Comenzamos en el día de hoy el libro del Génesis, con el relato -o, mejor, relatos, pues son dos- de la creación del mundo. Por ser muy conocido, y con ese lenguaje que toma elementos de la mitología, podríamos «pasar por encima» del texto sin dejarnos tocar por él. Pero no podemos olvidar la grandísima importancia que tiene el hecho de que Dios, que no necesitaba nada, que era el Todo, decidiera crear, por amor. ¡De ahí parte todo! Podríamos no existir y… ¡existimos! Tener esa conciencia ayuda para vivir la vida como un don, como un regalo, como le gusta repetir a un sacerdote amigo mío: «La vida es un regalo, no un problema».

San Juan de la Cruz tiene un precioso romance en el que se imagina el diálogo entre el Padre y el Hijo antes de la creación del mundo. Merece la pena leerlo y meditarlo entero, pero ponemos aquí un fragmento:

-Una esposa que te ame, mi Hijo, darte quería,

que por tu valor merezca tener nuestra compañía

y comer pan a una mesa, del mismo que yo comía,

porque conozca los bienes que en tal Hijo yo tenía,

y se congracie conmigo de tu gracia y lozanía.

-Mucho lo agradezco, Padre, el Hijo le respondía-;

a la esposa que me dieres yo mi claridad daría,

para que por ella vea cuánto mi Padre valía,

y cómo el ser que poseo de su ser le recibía.

Reclinarla he yo en mi brazo, y en tu ardor se abrasaría,

y con eterno deleite tu bondad sublimaría.

-Hágase, pues -dijo el Padre-, que tu amor lo merecía;

y en este dicho que dijo, el mundo criado había,

palacio para la esposa hecho en gran sabiduría.

Este mundo es, pues, un palacio. Aunque a veces parezca que está en ruinas, está lleno de belleza, amor y sabiduría. Podemos y debemos cuidarlo; es nuestra «casa común» como dice el Papa Francisco. Para ello, renovemos hoy nuestra conciencia del don que Dios nos ha hecho.