El fin de semana pasado, aprovechando la festividad de la Virgen de Lourdes, celebramos la unción de enfermos para todos aquellos enfermos o ancianos que lo quisieran. Bastantes de los que se quedaron a acompañar a los que recibían este sacramento se quedaron asombrados de cómo se celebra la unción. Muchos se imaginaban una celebración algo oscura y triste, como si fuera pedir una buena muerte y no la salud del alma del cuerpo, si conviene. En la Iglesia somo ungidos al nacer a la fe, cuando somos tan débiles, en la confirmación, cuando asumimos la tarea de ser testigos de Cristo en medio del mundo, en la ordenación sacerdotal cuando asumimos una tarea para la que no somos en absoluto dignos y en la Unción de enfermos, cuando la debilidad del cuerpo muestra que en la debilidad se muestra la fortaleza de Dios.

«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:

«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

El mundo hoy no piensa como Dios. Lo débil, lo pequeño, ya no cuenta, es prescindible y eliminable. No te dejes contagiar por la mentalidad del mundo, piensa en grande, piensa como Dios.

Que María, nuestra Madre del cielo, nos enseñe que Dios mira con especial cariño a los más pequeños.