Contrasta la impotencia de los discípulos con el Poder del Señor. Aquel hombre había acudido con fe a los discípulos para que sanasen a su hijo, pero estos habían fracasado. El hombre esperaba de ellos lo que podía esperar de Jesús: la sanación de su hijo. La falta de poder de los discípulos debilitó la fe del hombre, de manera que cuando llegó Jesús le dijo: «si algo puedes…». Los discípulos del Señor podemos, con nuestra mediocridad, debilitar la fe de la gente, por que la gente espera de nosotros lo que espera de Jesús. Tremenda responsabilidad del cristiano. No se trata solo de dar ejemplo. Se trata de hacer presente al Señor.

«Creo, pero ayuda mi falta de fe». ¿Que fue lo que devolvió la fe a aquel hombre? Ver con  sus propios ojos el Poder del Señor en contraste con la impotencia de los discípulos. Estos hicieron lo único inteligente que podían hacer aquel día: «¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?». Toda sabiduría viene del Señor y está con él por siempre. «Esta especie solo puede salir con oración».

Aquí tenemos un modelo para nosotros, los discípulos de hoy, la Iglesia de todos los tiempos. Cuando experimentamos la impotencia de nuestras obras, planes, proyectos,  instituciones… dirigirse al Señor. La oración no cambia a Dios, nos cambia a nosotros. Nos transforma. Al principio del evangelio de hoy vemos a todo el mundo discutiendo, los discípulos y los escribas. La discusión no cambia  las cosas, la discusión no trae el poder del Señor. Se podían haber tirado discutiendo todo el día, años. Podrían haber convocado consultas, asambleas, plataformas, mesas, comisiones, secretariados, caminos… Nada hubiera pasado. Nada habría avanzado el Reino de Dios. La discusión no es el principio de la sabiduría. El principio de la sabiduría es el temor del Señor.