¿Qué es eso de negarse a uno a sí mismo? Suena a negación de la evidencia, por que no hay mayor evidencia que yo mismo. Si me niego a mí mismo… ¿Tengo que negar quién soy? Aquí no se trata de negar la realidad sino de negar algo que es irreal. En las lecturas del primer domingo de Cuaresma (¡atención!, spoiler) se nos da una pista de qué quiere decir esto de autonegarse. Los tres rotundos NOES de Jesús a las insidiosas propuestas de satanás que, básicamente, viene a decirle: «sé tú el dios de tu propia vida, sé tú mismo tu señor», lo cual viene a ser en realidad: «hazme a mí el señor de tu vida».

Con esto en mente podemos empezar a entender lo que vamos a hacer en cuaresma. No se trata de privarnos de algunas cosas que nos gustan para demostrarle a Dios lo mucho que le queremos. O que a Dios le guste que suframos. Se trata de preservar nuestra libertad frente a la constante tentación de ser los dioses de nuestras propias vidas. Ese es el sentido de la mortificación cristiana. No es que comer carne sea malo, es que comer cualquier cosa es malo si no sé reconocer que es un don de Dios. Vivir no es malo, lo malo es no reconocer que la vida es un don de Dios. Disfrutar lo que me gusta no le disgusta a Dios, lo que pasa es que cualquier cosa es para mí un veneno mortal si lo acabo convirtiendo en un diosecillo.

Negarse uno a sí mismo y tomar la cruz de cada día es reconocer que no soy yo el autor de mi propia vida, que no vivo por y para mí mismo. Negarse uno a sí mismo es la más absoluta de las autoafirmaciones.