Santos: Gabriel de la Dolorosa, Baldomero, Onésima, Geroncio, Basilio, confesores; Alejandro, Acundio, Antígono, Fortunato, Julián, Euno, Besas, Gelasio, mártires; Procopio, monje; Taleo, eremita; Honorina, virgen y mártir; Juan, abad.

Vástago de la Familia Possenti. Fue hijo del juez de Asís. Nació el 1 de marzo de 1838 y se llamó Francisco. Su madre murió cuando solamente tenía cuatro años y su padre –cosa poco frecuente– se quedó como educador en exclusiva de los doce hijos. Francisco Possenti se formó en Asís con los Hermanos de la Doctrina Cristiana; cuando su padre se trasladó a Spoleto, con los jesuitas de la ciudad. Dispuso de poco tiempo para vivir, pero lo supo aprovechar.

Con la juventud le llegó la crisis; hasta ahora solo había dado muestras de un carácter respondón y obstinado, pero cuando ya dejaba la pubertad empezó a notarse la rebeldía con la que intentaba afianzar su personalidad. A los dieciséis años contrajo una enfermedad grave; se sintió tan mal que prometió hacerse religioso si curaba; pero con la curación llegaron los tiempos buenos y aquella promesa se quedó en el olvido. Es un joven guapo, elegante, fino y algo presumido. Hizo falta una segunda enfermedad aún más peligrosa en la que los médicos le desahuciaron; esta vez recurrió a san Andrés Bobola –entonces solo beato– renovando la promesa anterior; cuando se aplicó la imagen del santo, entró en un profundo sueño y al despertar estaba totalmente curado. Ahora sí que recuerda lo prometido, pero tira tanto el ambiente y es tan dura la vida religiosa… está tan bien estimado por las muchachas que iban haciendo méritos… y tan remirado por las señoras que soñaban con ser un día sus suegras…

Un tercer aviso le llegó: el cólera se llevó a una de sus hermanas más queridas. Francisco ya no pudo aguantar más el retraso para hacer lo que entendía que Dios quería para él. Tomó la decisión, pero ahora es su cristianísimo padre quien se opone dificultando el asunto de la vocación. ¿Cómo podrá perseverar un chico tan frívolo? Lo pone a prueba; parece que los hechos vienen a darle la razón porque vuelve a la vida anterior y se le ve metido en teatros, fiestas, juergas y frivolidades, aunque de todos modos nada de eso le impide la frecuente recepción de los sacramentos.

El día de la Asunción del año 1856 fue decisivo. Mientras está viendo pasar una procesión de la Virgen –la imagen era la que había regalado a Spoleto Federico Barbarroja y que se tenía como pintada por san Lucas– a la que el pueblo mostraba gran devoción, le pareció a Francisco que la Virgen lo miraba y le daba ánimo. Sintió que debía decirse a sí mismo ¡ya está bien! a pesar de la persistente oposición de su padre.

¿Qué eligió? La austeridad de los pasionistas. Ni siquiera sirvió el consejo desinteresado de aquellos dos altos eclesiásticos a los que su padre acudió y que entendían a todas luces que aquel chico iba marcado para el camino matrimonial. Se le vio en el 1856 como novicio pasionista y con el nombre de Gabriel de la Dolorosa.

Pero ahí comenzó una nueva etapa en la que se amontonaban las dificultades. Las comidas le resultaron tan insoportables que el cuerpo se negaba a recibirlas y los demás aspectos de la vida religiosa, poco menos. Necesitó de mucha gracia de Dios y esfuerzo de su voluntad para vencer toda aquella repugnancia al horario, a la distribución del tiempo, a la compañía de los frailes y a los muros del convento. Sin querer ningún privilegio, pasó por las casas pasionistas de Preveterino, Camerino e Isola. Siempre con poca salud y teniendo presente las palabras del pasionista san Vicente María Strambi, sobre todo a la hora de ir preparándose para el sacerdocio: «Cuando tenéis que entregaros al estudio, imaginaos que estáis rodeados de una multitud innumerable de pobres pecadores privados de todo socorro y que os piden con vivas instancias el beneficio de la instrucción, el camino que conduce a la salvación».

Como era lo que Dios quería, él puso de su parte lo que pudo. Le vieron fiel en el espíritu y delicado en la búsqueda de las virtudes; en la pobreza, hasta el escrúpulo; hizo voto de no mirar nunca a una mujer; exquisito en la obediencia.

Cayó enfermo de tuberculosis, la enfermedad que le llevaría a la muerte. En aquella enfermería, entre vómitos de sangre, ahogos y dolores, tuvo la brillante ocasión de querer con toda el alma la voluntad de Dios. No en vano la vida del pasionista gira en torno a la Pasión del Señor. Fue la enfermedad la que lo llevó a meterse de lleno en los amores de Jesús sufriente y de la Virgen Dolorosa, que le ayudó como motor para hacerse tierno y cariñoso con ella y a saberse con gozo sensible hijo de Dios. Cuentan que durante su enfermedad mantuvo presencia de Dios habitual y que, a pesar de su delicada situación, siempre mostró exquisita preocupación por los demás, proponiéndose continuamente no ser carga para ellos. Le vieron paciente en medio de los terribles dolores, sirvió de ejemplo para los novicios y llenó de admiración a los mayores.

A final de diciembre fueron más frecuentes los vómitos de sangre y los terribles dolores indicaban una crisis. Los médicos dijeron que aquello ya no tenía remedio; recibió la noticia con alegría y reaccionó pidiendo el Viático, con humildad dijo en público a sus hermanos que le perdonaran, y solicitó la absolución. Murió el 27 de febrero de 1862. No llegó al sacerdocio. Moría con 24 años.

Se corrieron voces de milagros atribuidos a su intercesión.

Curioso: en su beatificación estuvo presente una de sus antiguas novias de otro tiempo.

Lo canonizó el papa Benedicto XV el 13 de mayo de 1926.

Ya que lo tenía Dios tan hecho a su manera, ¿no podía haberlo aprovechado mejor dejándolo con vida y dedicarlo a hacer el bien a los demás? Quizá este pensamiento utilitario esté equivocado por llevarnos a confundir –tantas veces pasa– que la bondad está en el obrar y no en el ser. Craso error lamentable provocado por la miopía terrena que nos confunde.