Acto seguido a la curación del paralítico (evangelio de ayer), que escandalizó a los judíos por el hecho de coger la camilla en sábado, hoy añade el escándalo de la blasfemia: «no sólo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios». 

El discurso de respuesta de Jesús al estilo «lavadora» (dando vueltas y vueltas a varias ideas sin ser un discurso esquemático, sino con ideas que van intercalándose), concentra el argumento en el concepto «vida», que aparece siete veces en el evangelio. Unida a la reflexión de ayer, vemos la relación que tiene la fuente de «agua viva» con la «vida» que comunica. Isaías también habla hoy de sed y de manantiales de agua. Esa fuente es el corazón de Cristo y esa vida es la vida divina que da a los que creen en Él.

Los enamorados utilizan -al menos en la época en que no existían las redes sociales- la expresión «vida mía», para expresar que su comunión es íntima, llamada a fortalecerse con una entrega de por vida, fraguada día a día. Ojalá siga presente ese tierno romanticismo en el corazón de quienes se entregan la vida mutuamente.

Y también, como enamorados de Dios, ojalá no dejemos de decirle eso mismo a Jesús: «¡Vida mía!»

 

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