El pasado mes de septiembre peregrinamos a Tierra Santa y pudimos celebrar la Eucaristía en la basílica de la Anunciación, el templo más grande propiedad de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

Allí comenzó la vida humana del Unigénito de Dios. La fiesta que hoy celebramos conlleva un doble ocultamiento. El primero y más impresionante consiste en que el sol se convierte en una pequeña bombilla; Aquél que es eterno e inmenso asume una diminuta naturaleza creada. El salto del infinito más absoluto al finito más pequeño e indefenso en el seno de María.

La experiencia de infinito más accesible a todos es contemplar las estrellas en una noche despejada y lejos de la civilización; y tumbado en el suelo te dejas abrazar por el universo que contemplas, los millones y millones de estrellas, su frío aspecto, su imponente lejanía. Ese abismo te hace consciente al mismo tiempo de tu propia pequeñez, de vivir en algo mucho menor que un grano de arena flotando en el aire. Y experimentas el abismo de finitud de tu propia vida: eres una criatura realmente pequeña y breve, un instante imperceptible al lado de aquellos gigantes luminosos infinitamente lejanos que llevan millones y millones de años allí.

Hablemos del segundo ocultamiento, que nos es mucho más accesible, aunque no menos impresionante. Me refiero al momento mismo de la concepción. La Virgen María dijo que sí al anuncio del ángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Entonces, por obra y gracia del Espíritu Santo, el Verbo de Dios se hizo carne en las entrañas de la humilde nazarena. Así estableció su morada en la tierra: en un óvulo fecundado en el seno de María.

Es un momento invisible al ojo humano, muy oculto. Incluso para la mujer que concibe, ese momento exacto en que aparece una nueva persona en su seno resulta desconocido. En María se produjo en el instante mismo de su «sí». Pero el resto de mujeres no conocen el instante exacto de la concepción, aunque en realidad sí lo haya. Se manejan fechas aproximadas, pero en los días posteriores a la relación conyugal sólo a través de la tecnología actual se podría detectar el momento exacto de la fecundación.

Todos los seres humanos hemos tenido un comienzo así: venimos a la existencia en el momento de la concepción. El instante antes de esa concepción no somos nada; pero tras la concepción, ya lo somos todo. En Jesús el proceso tiene un movimiento inverso: el instante antes lo es Todo infinito; el instante después, disminuye infinitamente hasta el tamaño de un óvulo fecundado.

La tecnología actual nos permite asomarnos cada vez con mayor precisión al misterioso don de la vida, de su comunicación y de su origen. Es maravilloso saber que el ADN, nuestro DNI biológico, lo más genuino que tiene cada una de las personas que habitamos este mundo, se da en ese momento oculto a nuestros ojos. ¡En la concepción ya lo somos todo! Tan sólo necesitamos tiempo para desarrollarlo. ¡Viva la vida! ¡Y viva la Vida, que se ha encarnado en María!

¡Defendamos hoy esta verdad de lo que somos!