No estaba Tomás. Se había desanimado, tenía el corazón lleno de desesperanza, no encontraba sentido a su vida después de la muerte del Maestro y por eso se alejó de la comunidad cristiana. Se distanció de los apóstoles, aquellos con quienes compartía lo más grande de su existencia, que era su vocación. Y cuando Jesús se apareció no lo vio. Mucho podemos aprender de esta escena tan entrañable de la aparición del Resucitado a los suyos: a veces pensamos que fuera de la Iglesia, o viviendo una espiritualidad individualista, o eligiendo como en un supermercado lo que nos interesa o no nos interesa de la doctrina, podemos encontrarnos plenamente con Cristo. Y no es así: sólo en la comunidad cristiana, sólo junto a nuestros hermanos, sólo en el seno de la Iglesia podemos empaparnos de la vida sobrenatural que Jesús ha venido a traernos. Tomás no estaba y por eso se perdió ese momento. Se alejó de la Iglesia y no se encontró con Jesucristo cuando Jesucristo se hizo presente.

Pero el Señor no se conforma y va detrás de la oveja perdida porque está enamorado de sus elegidos. Celebramos el domingo de la divina misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que nos hace caer en la cuenta de que ante nuestra debilidad la reacción de Jesús no es el reproche o la condena sino el aliento, el consuelo, el cariño, la sanación. Jesús no dejó tirado a Tomás en su incredulidad sino que quiso volver a aparecerse para que ese amigo suyo tan amado pudiera cerciorarse de la verdad de la Resurrección. Y Tomás vio y creyó, pero porque estaba en la Iglesia, porque volvió con los apóstoles, porque se incorporó a la comunidad cristiana. Que tú y yo miremos nuestra vida: quizá nos hemos alejado de Cristo, se ha enfriado nuestra relación con Él, hemos perdido fuelle en nuestra respuesta a su llamada: ¡pero Jesús es misericordioso! ¡Estamos siempre a tiempo de volver! No pongamos como excusa nuestros pecados o infidelidades para no llenarnos de la gracia de Dios. Abramos nuestro corazón a esa misericordia transformadora que sabe perdonar y disculpar siempre. Que esta Pascua sea un momento especial de conversión a la misericordia de Dios, para que en nuestro corazón anide la certeza de que el Resucitado siempre nos espera.