Viernes 21-4-2023, II de Pascua (Jn 6,1-15)

«Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: “¿Con qué compraremos panes para que coman estos?”». El relato de la multiplicación de los panes en Juan está lleno de detalles vivos y coloridos. Jesús es quien toma la iniciativa, al ver el hambre –de pan y de verdad– de sus discípulos. Es él quien se adelanta a servir y a saciar, «pues bien sabía él lo que iba a hacer». Todos se sientan. Un muchacho trae sus cinco panes y sus dos peces. «Había mucha hierba en aquel sitio». La hierba nos habla ya de las espigas con las que se hace el pan, esas espigas que agita el viento en las doradas colinas. Un viento que quizás viene del mar de Galilea… Y unas espigas de las que se amasa el pan de Dios. Esta vez es Rubén Darío el que nos lo muestra con bellas palabras:

Mira el signo sutil que los dedos del viento

hacen al agitar el tallo que se inclina

y se alza en una rítmica virtud de movimiento.

Con el áureo pincel de la flor de la harina

trazan sobre la tela azul del firmamento

el misterio inmortal de la tierra divina

y el alma de las cosas que da su sacramento

en una interminable frescura matutina.

Pues en la paz del campo la faz de Dios asoma.

De las floridas urnas místico incienso aroma

el vasto altar en donde triunfa la azul sonrisa;

aún verde está y cubierto de flores el madero,

bajo sus ramas llenas de amor pace el cordero

y en la espiga de oro y luz duerme la misa.

«Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados». Con sus palabras y gestos, Jesús ya anuncia la Eucaristía. Los gestos –tomar los panes, decir la acción de gracias y repartirlos– están apuntando a lo que él mismo hará de una manera sacramental pero real en la Última Cena. Ahora es sólo un signo, pero comienza a desvelarse el misterio del sacramento del Amor. En esos panes que Jesús reparte ya se intuye ese nuevo Pan de vida. El amor del Señor no tiene límites, como lo expresa la misma cifra de comensales de aquel banquete: «Solo los hombres eran unos cinco mil». El mayor amante es el Señor, y así lo muestra fray Diego Murillo, poeta franciscano español del siglo XVI:

Costumbre es del amante, si se parte,

dejar al que ama, en prenda señalada,

la prenda más querida y preciada

que acuerde su presencia, aunque se aparte.

Hoy, Dios, de esta manera y con tal arte,

al ausentarse de su Esposa amada,

deja su cuerpo en forma consagrada,

en toda todo y todo en cualquier parte.

¡Oh milagro tan digno de este nombre,

que al más agudo entendimiento y grave

deja confuso, atónito, espantado!

Viendo que sólo por amor de hombre,

Dios, que en el cielo ni la tierra cabe,

así todo se encierra en un bocado.

«Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido». ¡Comieron todos y se saciaron! ¡Incluso sobró más de lo que había! Esta es la maravillosa sobreabundancia del banquete de la Eucaristía, un regalo que Cristo nos da: comemos todos, nos sacia y desborda sobreabundante. Saboreemos este Pan, gustemos también estos versos de Miguel de Cervantes:

Si en pan tan soberano,

se recibe al que mide cielo y tierra;

si el Verbo, la Verdad, la Luz, la Vida

en este pan se encierra;

si Aquel por cuya mano

se rige el cielo, es el que convida

con tan dulce comida

en tan alegre día.

¡Oh cosa maravillosa!

Convite y quien convida es una cosa,

alégrate, alma mía,

pues tienes en el suelo

tan blanco y tan lindo pan como en el cielo.