He aprovechado estos dos días de fiesta en Madrid para preparar la celebración de las primeras comuniones de la parroquia. Son ocho celebraciones y cien niños en total que tienen que hacer lecturas, peticiones, ofrendas… Este año, curiosamente, llevo todo bastante adelantado, hasta estos comentarios. Así que, una vez hechos los primeros esquemas, sacadas las lecturas y organizados los puestos me propongo imprimirlos para hacer esta tarde el ensayo del primer grupo. Y la impresora enciende una luz roja y me dice: “Depósito de tóner residual lleno, sustitúyalo por otro”. Son dos días de fiesta en Madrid, la tienda está cerrada, pero si el camino oficial está cerrado buscamos alternativas ¡quién dijo miedo! Así que saco el depósito de tóner (que es la tinta que usa la impresora), lleno de tinta en polvo que se cae por todos lados y es más pegajosa que la pez, mancho la mesa, un libro, el despacho, mis manos, mis pantalones, la cara que parecía un guerrero de vietnam y consigo vaciar en una bolsa el asqueroso tóner residual ese. Triunfante, con el depósito vacío, vuelvo a colocarlo en su sitio, enciendo la impresora que me dice: “Depósito de tóner residual lleno, sustitúyalo por otro”. A ver si esta mañana, que ya estará abierto, entre la Misa y el cambio de caldera me da tiempo a ir a comprar uno nuevo. Después de todo este rollo, al comentario.

“Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”.

Cristo murió por nuestros pecados, y como Él está en el Padre y el Padre en Él es el único que puede perdonar pecados. Y apodemos intentar vaciar nuestro depósito de pecados residuales de otra manera, intentar hacer trampas o engañarnos a nosotros mismos, pero o acudimos a la confesión -que es el Sacramento de la Misericordia de Dios que Jesucristo ha dejado en su Iglesia-, o acabaremos pringando todo y pringándonos nosotros de los rastros de nuestros pecados sin solucionar nada. Parece que el hombre, e incluso la Iglesia, ha prescindido muchas veces de Dios. Se hacen grupos de autoayuda, seminarios de interiorización, asambleas de motivación y retiros de introspección donde nos ponemos en el lugar de Cristo, para sanar nuestras heridas sin darnos cuenta que, al final, nos sale el mismo mensaje de error. Parece que llevamos veinte siglos con Cristo y cada vez le conocemos menos, como Felipe.

En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago. Los sacramentos, también la confesión, son actos de fe, por lo tanto certeza, en la acción de Dios, no terapias pseudo-psicológicas. Muchos católicos hoy no se confiesan y se extrañan de que les cueste vivir la fe. A lo mejor no tienen grandes pecados, pero ese polvillo no hay manera de quitárselo de encima.

En la fiesta de San Felipe y Santiago busquemos a Cristo, no sucedáneos ni apaños.

Hoy celebro 31 años desde la ordenación sacerdotal, pongo a todos los sacerdotes, en especial a los de mi curso, bajo el manto de María y cuento con vuestra oración.