En diciembre de este año 2023, se cumplirán 45 años del estreno de la primera película de la saga de Superman. Esta cuenta la historia de un ser especial, procedente del planeta Kriptón, a quien sus padres adoptivos ponen por nombre Clark, y que a los 18 años descubre un cristal verde brillante que le indica lo que debe hacer: ir hasta el Ártico y arrojar ese cristal en el mar. La consecuencia es que del mar surge “la fortaleza de la soledad” en la que hay una serie de cristales que tienen toda clase de información y un mensaje holográfico de su padre. Tras explicarle su verdadero origen, este holograma de su padre se encarga de educarle y del entrenamiento de sus poderes a lo largo de los siguientes doce años. Transcurrido ese tiempo Clark, ya adulto, se convierte en Superman.

Es más que conocido que esta historia de ficción tiene un trasfondo bíblico evidente. Clark es un hombre aparentemente común, y de orígenes humildes, que descubre que su padre le envió a la Tierra para erigirse en el salvador de la humanidad a través de su propio sacrificio. Se enfrenta al mal, defiende a los más desfavorecidos y sufre la represión de los gobernantes que recelan de su poder. Es evidente que esta es la historia de Jesús de Nazareth, el Salvador del mundo. Ambos se embarcaron en su misión pública a los 30 años y ambos luchan por la verdad y la justicia, que son dos principios básicos en los que se basa la Biblia.

¿A qué viene esto en nuestro comentario diario del evangelio del día? Muy sencillo, se trata de descubrir el papel que tuvo el Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, en la autoconciencia progresiva de Jesús, el Hijo de Dios nacido de María Virgen. Pues el Espíritu todo lo sondea, incluso lo más profundo de Dios. ¿Quién, en efecto, conoce lo íntimo del ser humano, sino el mismo espíritu humano que habita en su interior? Lo mismo pasa con las cosas de Dios: sólo el Espíritu divino las conoce. (1 Co 2 10s). Es el Espíritu Santo el que enseña y da a la conciencia humana de Cristo todo lo necesario para comprender su identidad y su misión. Siguiendo con el paralelismo de la historia de ficción, serían esos cristales verdes a través de los cuales Superman recibe las enseñanzas de su padre. Así se puede comprender a sí mismo y la misión que se le ha encomendado, así como las armas y su adiestramiento para luchar en el combate que le corresponde librar.

Hoy Jesús, les dice a los discípulos en la última cena, que ese mismo Espíritu, el Espíritu de la verdad es el que Él va a enviar desde la gloria del Padre, a fin de llevarlos a la verdad plena. “Él no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará”. Es lo mismo que nos enseña en otro lugar san Pablo cuando nos explica qué significa vivir como hombres espirituales: En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para poder así reconocer los dones que Dios nos ha otorgado. Esto es precisamente lo que expresamos con palabras que no están inspiradas por el saber humano, sino por el Espíritu. Y así acomodamos las cosas espirituales a los que poseen el Espíritu. La persona mundana es incapaz de captar lo que procede del Espíritu de Dios; lo considera un absurdo y no alcanza a comprenderlo, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser valoradas estas cosas. En cambio, la persona animada por el Espíritu puede emitir un juicio sobre todo, sin que ella esté sujeta al juicio de nadie. Porque ¿Quién conoce el modo de pensar del Señor hasta el punto de poder darle lecciones? ¡Ahora bien, nosotros estamos en posesión del modo de pensar de Cristo! (1 Co 2, 12-16)

Pidamos incesantemente este “Don de todo don” que es el Espíritu, para que ahora nos revele a cada uno lo íntimo de Cristo. Esta es su misión, el Espíritu no habla de sí mismo sino de Jesús, revelándonoslo a los que creemos que Él es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Por eso Jesús nos ha dicho que recibirá y tomará de lo suyo y nos lo anunciará. Para que podamos comprendernos a la luz de esta revelación. Para que, como Jesús, también nosotros podamos cada día saber cuál es la voluntad del Padre y recibir la fuerza para cumplirla.