Me encanta como termina el Evangelio de Juan, con una sobredosis de exageración, “Jesús hizo otras muchas cosas, tantas, que si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse”. ¿Quién se expresa así?, sólo una persona entusiasmada, los apasionados tienen este tono, las palabras les parecen escasas para lo mucho que han descubierto. Es como la pregunta que le hace la madre al niño, ¿cuánto me quieres?, y el niño, que adora a su madre, no tiene palabras para expresar una medida concreta. Porque las medidas ya no existen para quien ama. Un niño no puede decir a su madre que la quiere hasta un lugar concreto, porque no existe un “hasta”.

Las personas que se han encontrado y han puesto el amor de por medio, se dicen cosas infinitas y también infinitesimales. El mundo se les ha puesto del revés. Le pasa al joven que ha estado un mes viviendo una experiencia con enfermos en la India, cuando vuelve a casa piensa que necesita un año entero para contar a sus padres todo lo que ha vivido. Cuando mi sobrino volvió de su luna de miel con su mujer, nos reunieron a las familias para proyectar las docenas de fotos que se hicieron. Las imágenes les iban provocando el relato, pero daba la sensación de que el idioma era un estorbo para tanta experiencia, que ni siquiera las fotos podían explicar todo cuanto habían vivido. Todo es pequeño cuando lo que se experimenta tiene una vocación rebosante.

Cuando García Márquez y toda la hueste de escritores hispanoamericanos iniciaron el boom de la literatura que se denominó “pensamiento mágico”, no es que quisieran trasladarnos a un mundo de fantasía, sino que la realidad misma desborda tanta información que sólo se puede expresar cumplidamente despegándose de sí misma. ¿Por qué cada familia tiene un vocabulario secreto? Porque en cada una se vive de forma tan estrecha las relaciones, que el vocabulario ordinario no sirve, hay que inventarse otro, hay que hacer palabras nuevas, trabajarlas en otra fragua.

Por eso el Señor hizo tantas cosas que no cabrían en todos los libros del mundo, porque nos lo está diciendo un enamorado. Juan no firmaba con su nombre, cada vez que aparece en su evangelio se denomina “el discípulo amado”. Quizá no porque el Señor lo quisiera más que a los demás, que es como decirle a una madre cuál es su hijo favorito, sino porque el apóstol se sentía amado, y esto le bastaba. Un cristiano en el fondo es solamente eso, alguien amado. Porque desde el momento en que alguien se percibe querido, se siente mas allá, más fuerte, más empoderado (aquí sí que tiene sentido la palabra), más joven. Se siente más, se siente el doble, invencible, traspasado, nuevo.