Comentario Pastoral


VIGILANTES DESDE LA FE

Hoy se nos vuelve a presentar el tema de la vigilancia. Estar en vela significa renunciar al sueño de la noche. Se suele renunciar al sueño para prolongar el trabajo, para cuidar a un enfermo, para evitar ser sorprendido por el enemigo. Por eso estar en vela es lo mismo que ser vigilante, luchar contra el torpor y la negligencia a fin de conseguir lo que nos proponemos.

El cristiano vive en vigilia para estar pronto a recibir al Señor cuando llegue, ya sea entrada la noche o de madrugada. Todos sabemos que los trabajos de día son más activos, que en la luz estamos más despreocupados. Sin embargo, por la noche instintivamente nos situamos en actitud más expectante, agudizamos el oído ante cualquier ruido, somos más sensibles ante cualquier destello de luz. De ahí que ser vigilante es siempre un trabajo comprometido y responsable, sobre todo cuando hay que vivir en la noche sin ser de la noche.

Mal se puede vigilar si la lámpara de la fe está apagada o escasea el aceite de la esperanza. La alerta supone atención a lo primordial y despego de lo accesorio; exige también sobriedad, es decir, renuncia a los excesos nocturnos. Y no hay que ser vigilante solamente un día, sino todos, pues el cristiano es el hombre perseverante que espera siempre el retorno del Señor. Y porque la vigilancia es el modo de vivir en cristiano, debe estar acompañada de oración, para no sucumbir a la tentación que nos aparte de beber el cáliz, como Cristo en la noche de Getsemaní, o que nos insensibilice en el sopor y sueño de una lánguida existencia.

La llamada a estar atentos, a no perder la gran noche de la liberación, a no ilusionarse porque «el patrón tarda en venir» nos introduce en uno de los temas fundamentales de la experiencia cristiana, que es tensión, movimiento, espera, vigilancia.

Frente a un cristianismo somnoliento y despreocupado, el Señor nos convoca a vivir con fe despierta, cordial, sensible, palpitante. Vigilar es esperar. El amor nos mantiene despiertos en nuestro camino terreno y nos orienta hacia la esperanza.

Creer es esperar y amar. La salvación no se nos da en tranquila posesión, sino en promesa.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Sabiduría 18, 6-9 Sal 32, 1 y 12. 18-19. 20 y 22
Hebreos 11, 1-2. 8-19 san Lucas 12, 32-48

 

de la Palabra a la Vida

El verano tiende a revolver mucho de lo que la rutina tiende durante el curso a ordenar. En verano, en vacaciones, podemos olvidar las responsabilidades que nos agobian durante buena parte del curso, que nos preocupan. Pero olvidarnos de lo que somos, nunca, no puede ser, de ninguna manera. Por eso, la Iglesia nos recuerda en pleno verano que somos la heredad del Señor. Cuando el Señor pasó provocando «la salvación de los creyentes y la perdición de los enemigos», Israel ya no tuvo duda de ser el pueblo elegido por Dios, «el pueblo que el Señor se escogió como heredad», por medio del cual el Señor iba a mostrar su grandeza a todos los pueblos, con semejante victoria sobre el poderoso Egipto. Aquella noche, Israel tenía que esperar el paso del Señor vigilante, para salir a caminar al desierto nada más ser llamado.

Así, con «la cintura ceñida y la lámpara encendida» es como el administrador fiel espera encontrar a su criado. Velando. Siempre atento a su llegada, en la noche, para servirle. Los discípulos que el Señor ha elegido, aquellos que ha puesto al frente de los que le siguen, han de ser también fieles y solícitos. Fieles significa unidos a su Señor, unidos a la voluntad de su Señor, y por tanto dispuestos a que se haga no la voluntad propia, sino la de Cristo. Solícitos significa prestos, no perezosos ni vencidos ante la tentación de omitir la voluntad de Cristo, de dejarla para luego porque «el amo tarda».

Ser la heredad del Señor, haber sido llamados de la noche a la luz, de la esclavitud a la libertad del siervo de Dios, significa reconocerse mirados por el Señor, favorecidos por el Todopoderoso, pero supone también que saben lo que el amo quiere, que ellos son los que tienen que llevar a cabo el plan de Dios. En la medida en la que sean fieles y solícitos recibirán los premios eternos. En la medida en que sean egoístas y holgazanes recibirán «muchos azotes», el justo castigo.

Porque sí, ese final del pasaje evangélico resulta inquietante para los que, como nosotros, cristianos, llamados por el Señor en el evangelio y miembros de la Iglesia hoy, no dudamos de ser los que hemos recibido «lo mucho». Ciertamente, el Señor busca la manera de motivar a los suyos para que sean administradores fieles y solícitos.

Participar en la celebración de la Iglesia es tener certeza de haber recibido esta llamada, y es una constante motivación para que la gracia que Dios nos da la administremos oportunamente en beneficio de nuestros hermanos. La liturgia de la Palabra es, cada día, una constante provocación para que no nazca en nosotros el ir a lo nuestro, el dejar para más tarde las cosas de Dios, el mirar
a los hermanos como personajes molestos a los que no tengo que atender. Con esas actitudes, lejos de tener la cintura ceñida, damos a entender que pensamos que «el Señor tardará», por mucho que participando en la misa demos a entender que el Señor viene. Es en la escucha de la Palabra de Dios donde el cristiano reconoce que tiene que estar preparado, que el Señor viene, que otros reclaman mi atención y mi servicio.

La Carta a los Hebreos nos ofrece hoy ese «elogio de la fe» que desgrana paso a paso la fe de Abraham: Él escuchó la voz del Señor y se convirtió en administrador de su llamada. La fe nos mueve a responder. La fe que nace de la escucha. Con Abraham comienza esa elección divina que se sella en la Pascua. Con la Pascua de Cristo que nos es entregada comienza a hacerse nuestra elección a la hora de administrar lo que recibimos de Dios. Y este trabajo es constante, no es para invierno o verano, la mañana o la noche: la heredad del Señor lo es para siempre, en lo que tiene de don y en lo que tiene de responsabilidad. No bajemos el nivel por el calor o el cansancio, pues sabemos que el Señor viene, y quiere que se vea en nosotros la alegría y la belleza de ser elegidos suyos, su pueblo y su heredad.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado para la celebración del Bautismo (baptisterio) y favorecer el recuerdo de las promesas
del bautismo (agua bendita).

La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto, el templo debe estar preparado
para que se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado.

El templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que
prolonga e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.

Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre «enjugará toda lágrima de sus ojos» (Ap 21,4). Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos de Dios, ampliamente abierta y acogedora.


(Catecismo de la Iglesia Católica, 1185-1186)

 

Para la Semana

Lunes 8:
Santo Domingo de Guzmán,presbítero. Memoria.

Ez 1,2-5.24-28c: Era la apariencia visible de la gloria del Señor.

Sal 148: Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

Mt 17,22-27: Lo matarán, pero resucitará. Los hijos están exentos de impuestos.
Martes 9:
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, virgen y mártir. Fiesta.

Os 2,16b.17de.21-22. Me desposaré contigo para siempre.

Sal 44. Escucha, hija, mira, inclina el oído.

Mt 25,1-13. ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Miércoles 10:
San Lorenzo, diácono y mártir. Fiesta.

2Cor 9,6-10. Dios ama al que da con alegría.

Sal 111. Dichoso el que se apiada y presta.

Jn 12,24-26. A quien me sirva, el Padre lo honrará.
Jueves 11:
Santa Clara, virgen. Memoria

Ez 12,1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos.

Sal 77: No olvidéis las oraciones de Dios.

Mt 18,21-19.1: No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Viernes 12:

Ez 16,59-63: Me acordaré de la alianza que hice contigo, y tú te sonrojarás.

Is 12,2-6: Ha cesado tu ira y me has consolado.

Mt 19,3-12: Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero al
principio no era así.
Sábado 13:
Ez 18,1-10.13b.30-32: Os juzgaré a cada uno según su proceder.

Sal 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Mt 19,13-15: No impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los
cielos.