Comentario Pastoral

EL COMPROMISO DE DECIR «SÍ»

Las afirmaciones demasiado espontáneas, las respuestas inmediatas, casi sin pensar, deben ser sometidas a una crítica y análisis. Porque muchas veces el «sí» es un «no», y viceversa. Decir «sí» es cosa muy distinta a hacer. El que da un paso adelante precipitadamente acaba retirándose apenas se encuentra fuera del alcance de la vista del superior. Por eso el que va regalando constantemente respuestas fáciles, la mayoría de las veces claudica ante empeños o situaciones difíciles.

En contraposición existen personas, como el primer hijo de la parábola que se propone en la Misa de este domingo vigésimo sexto, que son inquietas, rebeldes, que de entrada niega, pero que tienen un corazón de oro. Los rebeldes son apasionados porque han padecido algunas desilusiones, porque son fieles a unos valores olvidados. No saben emplear la palabra lisonjera, aparentemente viven en manifiesta desobediencia, se sienten incapaces de reducir la vida a saludos fáciles, son atrevidos porque parece que dicen «no» a todo.

La pregunta de Jesús es vigente y nos interpela a todos: «¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?’. Lo que importa, por consiguiente, es cumplir la voluntad del padre: cultivar la viña. Solamente los obreros de la verdad, y no los especialistas del «sí» fácil y de comprometido, son los verdaderos hijos. Porque el padre solamente reconoce como hijo a aquel que cumple su voluntad, y se esfuerza, y trabaja en la viña de la Iglesia. Sin embargo no llama «hijo» al que se limita a proclamar la simple intención de cumplir. Existen demasiados intencionistas de primera buena voluntad, pero que después hacen lo que les da la gana. Muchos se creen merecedores de un diez en conducta simplemente porque han dicho «voy, Señor». Dios no se deja engañar por nuestro «sí» repentino, sino que echa una ojeada por la viña para ver si estamos y qué es lo que hacemos de bueno.

Se debe desterrar siempre un concepto de obediencia falsa e hipócrita, que suma inutilidades a la atonía del mundo. La verdadera obediencia, descrita en los textos bíblicos de hoy, significa humildad, cercanía a los otros, eliminación de la vanagloria, superación de los intereses personales, dominio del gusto personal y del fácil deseo de poder. Es donación como la de Cristo, el Hijo de Dios; es servicio a la entera comunidad humana. ¡Cuántos sepulcros blanqueados de aparente obediencia esconden muerte y vacío!

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Ezequiel 18, 25-28 Sal 24, 4bc-5. 6-7. 8-9
San Pablo a los Filipenses 2, 1-11 San Mateo 21, 28-32

 

 

de la Palabra a la Vida

El verbo «recapacitar» une de forma discreta la primera lectura con el evangelio de hoy. Que el hombre que ha tomado una mala decisión pueda «recapacitar» lo hace posible la misericordia de Dios, una misericordia que crea un espacio en el que lo que se ha dicho, hecho o decidido mal puede ser transformado en algo que se dice, hace o decide bien. La misericordia toma la forma, entonces, de paciencia en las lecturas de hoy. Abre un margen más amplio, que sólo con existir ya permite que donde se había dicho «no» ahora pueda decirse «sí». Aquí contrasta ese espacio que Dios crea y con el que capacita al hombre para la obediencia con ese «voy» del hombre con el que este se incapacita para la obediencia y el seguimiento.

Lo sabemos bien, que todos hemos sido niños: «voy» es una palabra que manifiesta una derrota, significa que la pereza, la falta de amor, el desinterés, ya se están haciendo fuertes en el corazón. El auténtico amor directamente «va»: no tiene necesidad de anunciarse, de incitar a la espera, sino que obra. Y sin embargo, he aquí un contraste todavía mayor: ni siquiera todas las veces juntas que podamos decir en nuestra vida «voy» son tan persistentes como la misericordia de Dios, que espera para nuestra conversión. Así, en esa espera podemos descubrir algo precioso del ser de Dios: una mirada paciente y esperanzada, una forma de ser que permite que el hombre recapacite.

Cuando uno profundiza en cómo Dios crea ese espacio para nosotros, y a la luz del evangelio del domingo pasado, podemos entender que nuestro corazón esté llamado a mirar a los demás con ese deseo de favorecer ese espacio para otros. No hay signo en nosotros que manifieste mejor la acción de Dios en nuestra vida que el hecho de que esperemos con buen ánimo la conversión del que nos rechaza, niega o desobedece: esperanzador para el prójimo. Es precisamente ese el espacio por el que «los publicanos y las prostitutas» han aceptado entrar para llevar la delantera a quien niega el poder de la conversión. Es llamativo cómo el mismo Juan Bautista ejerce de testigo de quién entrará antes en el Reino de los cielos: Juan ha llamado a la conversión, ha creado ese espacio necesario, pero de los que menos esperaba ha escuchado: «voy». Tanto es así que los que parecían más lejanos se alegran al encontrar abiertas las puertas del cielo, y aunque al principio dijeron «no», ahora vienen.

Por eso, Dios sabe cuándo un «no» es un anuncio de conversión, y nos mira esperanzado. La Iglesia que se reúne para celebrar y recibir la gracia de Cristo encuentra en esta la fuerza para vencer la parálisis de anunciar que va pero no ir. ¿Cuáles son los momentos o las propuestas de conversión en los que experimento mi propia debilidad? ¿Cómo afronto que los demás acepten y acojan el camino de la conversión, de ir cada día en silencio acercándose un poco más a Dios, sin hacer ruido, conmovidos por la misericordia de Dios?

«Mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana» es otra forma de decir ese «voy». Sólo la misericordia del Padre unida a la gracia de Cristo permiten al hombre romper estas ataduras, esa fuerza que le domina y le impide ir. Pero sabemos que Dios, que mira esperanzado, pondrá a nuestro alcance esa fuerza siempre.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

En la Liturgia de las Horas, la Iglesia, desempeñando la función sacerdotal de Cristo, su cabeza, ofrece a Dios, sin interrupción, el sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. Esta oración es «la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo, con su cuerpo, al Padre». «Por tanto, todos aquellos que ejercen esta función, por una parte, cumplen el deber de la Iglesia y, por otra, participan del altísimo honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su trono en nombre de la madre Iglesia.»


(Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 15)

 

Para la Semana

 

Lunes 28:

Job 1,6-22. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor.

Sal 16. Inclina el oído y escucha mis palabras.

Lc 9,46-50. El más pequeño de vosotros es el más importante.
Martes 29:
Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Fiesta.

Dn 7,9-10.13-14. Miles y miles le servían.

O bien:
Ap12,7-12a. Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón.

Sal 137. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.

Jn 1,47-51. Veréis a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre
.
Miércoles 30:
San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia. Memoria.

Job 9,1-12.14-16. El hombre no es justo frente a Dios.

Sal 87. Llegue, Señor, hasta ti mi súplica.

Lc 9,57-62. Te seguiré a donde vayas.
Jueves 1:
Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia. Memoria.

Jb 19,21-27. Yo sé que está vivo mi Redentor.

Sal 26. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

Lc 10,1-12. Vuestra paz descansará sobre ellos.
Viernes 2:
Santos ángeles custodios. Memoria

Job, 38,1-12.21;40,3-5. ¿Has mandado a la mañana, o has entrado por los hontanares del
mar?

Sal 138. Guíame, Señor, por el camino eterno.

Lc 10,13-16. Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.
Sábado 3:
Job 42,1-3.5-6.12-16. Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto.

Sal 118. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

Lc 10,17-24. Estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo.